Martina siempre había sido meticulosa. Observadora. Silenciosa y, sobre todo, paciente.
Durante meses se había mantenido al margen, dejando que las consecuencias del caos se extendieran solas: el divorcio de Nicolás, la caída pública, la presión de los inversores, la nueva unión entre Sofía y Adrián. Ella no movió un dedo durante todo ese tiempo.
Porque una buena venganza, una de verdad, no se improvisa.
Se cocina lenta.
Esa noche, sin embargo, finalmente decidió que el silencio terminaba.
La tormenta empezaba ahora.
El penthouse que había adquirido recientemente en Puerto Madero no tenía nada que ver con su antiguo departamento. Allí, las paredes eran de concreto blanco, los ventanales gigantes mostraban el río negro como tinta, y el aire olía a velas caras y a perfume francés. Martina se paseó descalza por el piso frío, con un vaso de vino en la mano, repasando en su cabeza los pasos del plan.
Nicolás Torres la había humillado. Le había arruinado la carrera y, sobre todo, había eleg