Eliana apenas había tomado asiento cuando Samuel sonrió con emoción y se inclinó sobre la mesa.
—¡Yo sé qué helado vas a pedir! —exclamó con entusiasmo.
Eliana arqueó una ceja con curiosidad.
—¿Ah, sí? A ver, sorpréndeme.
Samuel, con total seguridad, levantó la mano para llamar la atención de la mesera y dijo con voz clara:
—Un helado de macadamia con queso, salsa de mora y chicles.
Eliana rió suavemente y sacudió la cabeza con diversión.
—Me conoces bien.
—¡Porque es el mejor helado del mundo! —afirmó Samuel con orgullo mientras daba otra cucharada al suyo.
Isaac, observando la interacción, sonrió.
—Tienen buen gusto, debo admitirlo.
Samuel, aún con energía, desvió la mirada hacia él y preguntó con curiosidad:
—¿Y tú qué vas a pedir? ¿O tampoco comes helado?
Isaac parpadeó sorprendido por la pregunta repentina.
—Claro que como helado.
Samuel frunció el ceño pensativo y luego soltó con total naturalidad:
—Porque mi papá no come. Dice que es aburrido.
Eliana sintió que el ambiente se t