El silencio de la casa era profundo, interrumpido solo por el tic-tac constante del reloj antiguo en la pared del comedor. La lluvia había cesado, dejando en el ambiente ese aroma fresco a tierra mojada y un leve halo de melancolía. Samuel dormía en el sofá envuelto en una manta suave, con su pequeño rostro en calma, como si la conversación con Eliana lo hubiera aliviado de una gran carga.
Eliana, sin embargo, no podía cerrar los ojos. Cada palabra del niño aún retumbaba en su cabeza.
—No se lo digas a Samantha… ella se enoja… ella no me quiere… tú me contaste esa historia, Eli, cuando me quedé en tu casa…
Y entonces… el nombre. Samantha.
Esa punzada regresó. Ese cosquilleo frío en la base del cuello. Cerró los ojos y presionó suavemente sus sienes, como si con eso pudiera ordenar el torbellino de sensaciones que se agitaban dentro de ella.
Y sin avisar… comenzaron a aparecer.
Recuerdos.
No eran completos. No eran lineales. Eran fragmentos, como pequeñas piezas de un espejo roto que c