Eliana seguía sentada en el sofá, con las piernas recogidas y una manta delgada sobre las rodillas. La película seguía en pausa, el dragón aún suspendido en pleno vuelo, detenido entre el peligro y el heroísmo. Pero más que la historia animada, lo que se agitaba en el aire era la sensación de lo que acababa de pasar: José Manuel cargando a Samuel, el susurro suave pidiendo que no viera el final sola, y ese tono… ese tono que solo usaba cuando aún creía que ella lo escuchaba con el corazón.
Apenas unos minutos después, escuchó pasos suaves por el pasillo.
José Manuel regresó con la misma calma con la que había salido. Sus pasos no querían romper nada, no querían perturbar ese frágil equilibrio que se había formado durante el día. Al llegar a la sala, la vio tal cual la dejó: Eliana esperándolo, la película detenida, y la luz suave de la pantalla iluminando su rostro sereno.
—¿Se quedó dormido? —preguntó ella sin necesidad de elevar la voz.
—Como una piedra —respondió él sonriendo mient