Eliana mantenía los ojos cerrados, aún apoyando su rostro suavemente contra la palma de José Manuel. Había algo en ese contacto que no quería soltar. Algo que la hacía sentir protegida, pero al mismo tiempo vulnerable. Como si, por un segundo, pudiera quitarse toda la armadura sin que doliera.
Y José Manuel… él la miraba.
No como quien observa, sino como quien memoriza.
La línea de su mandíbula, la curva suave de su cuello, la forma en que su respiración se aceleraba apenas cuando él la tocaba. Era como si el tiempo se hubiera hecho delgado, frágil, y solo existiera ese instante entre ellos.
Y entonces, sin pensarlo más, sin calcular las consecuencias, la besó.
Lo hizo con la lentitud de quien teme romper algo precioso.
Sus labios rozaron los de ella primero como una pregunta. No fue un beso arrebatado ni urgente. Fue un roce tembloroso, contenido, que hablaba más de arrepentimiento que de deseo. Como si en ese gesto él quisiera pedirle perdón por todo, por cada palabra no dicha, por