GIULIA
El vapor aún llenaba el baño cuando apagué la ducha. Tomé la toalla y la pasé por mi cabello, intentando dejar atrás el cansancio del día. Por un momento, disfruté del silencio, de no escuchar gritos ni discusiones, solo el sonido del agua goteando.
Pero ese momento duró poco.
Sentí unas manos fuertes sujetarme por la cintura.
—¿Qué…? —me giré de golpe, empujando con fuerza al intruso.
Era Dante.
Tenía esa expresión arrogante que tanto me irritaba, con una leve sonrisa en los labios y los ojos fijos en mí como si nada más existiera en el mundo.
—¿Ya vas a despedirte? —pregunté, intentando mantener la calma.
—¿Despedirme? —respondió con tono burlón—. No entiendo tanta urgencia para que me vaya.
Crucé los brazos y lo miré con frialdad.
—Porque quiero disfrutar mis últimos días en paz antes de mi boda.
—Ah, cierto, tu boda —dijo, dando un paso hacia mí—. Pensé que podía quedarme un poco más.
—No estás invitado.
Dante soltó una risa baja, una de esas que erizan la piel. Se acercó