El vestido blanco estaba extendido sobre la cama como una promesa que no sabía si quería cumplir. La seda brillaba con un tono perlado bajo la luz que entraba por la ventana, y por un momento me quedé observándolo en silencio, tratando de convencerme de que esa era la vida que había elegido, la que me daría estabilidad, protección… aunque no amor.
—Es precioso, mamá —dijo Isabella, con los ojos llenos de ilusión—. Te vas a ver como una reina.
Sonreí, forzando un poco el gesto mientras le acariciaba el cabello.
—Gracias, mi amor. Y tú también tendrás tu vestido de princesa. Uno lleno de tul y brillo, como los que te gustan.
Masha, que estaba junto a nosotras ayudándome con los últimos detalles, asintió con entusiasmo.
—Ambas se verán hermosas. Es un día importante, Giulia. Te mereces un poco de felicidad.
Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió sin aviso. Era Fernando. Su presencia llenó la habitación con ese aire de seguridad que tanto me había atraído al principio, aunque