El aire en la casa era una mezcla de risas, pasos apresurados y el tintineo constante de copas. Todos corrían de un lado a otro preparando la cena, pero yo seguía encerrada en mi habitación, sentada frente al espejo con el corazón pesado. No quería bajar. No quería verlo. Desde que llegamos, había evitado a Dante como si mi vida dependiera de ello. Tal vez sí.
La puerta se abrió de golpe y Masha entró sin tocar.
—¿Todavía así? —exclamó con las manos en la cintura—. Giulia, todos están en el comedor. Debes alistarte ya.
—¿Y si no bajo? Nadie lo notará —murmuré sin apartar la mirada del reflejo de mis ojos cansados.
Masha soltó una risa breve.
—Claro que lo notarán. Fiorella te necesita ahí. Es su noche. No se trata de ti, Giulia.
Sus palabras me atravesaron como una aguja. Tenía razón. No podía esconderme por siempre. Respiré hondo, apagué la lámpara y me levanté.
—Está bien. Voy a cambiarme.
Elegí un vestido color vino, largo, de tela ligera. Tenía un escote discreto, pero suficiente