GIULIA
Me levanté antes de que saliera el sol. No había dormido. El corazón me latía como un tambor en medio de la madrugada. Me miré al espejo: ojeras profundas, los labios resecos, y un vacío insoportable en el pecho.
Dejé el delantal doblado sobre la silla. Hoy no era la chef, ni la criada de esa casa, ni la mujer que todos creían que podían pisotear. Hoy era madre, y una madre dispuesta a hacer lo que fuera necesario. Isabella estaba allá afuera, en manos de monstruos, y yo no podía seguir respirando tranquila entre paredes doradas mientras ella sufría.
Bajé a la cocina con pasos firmes, y me encontré a Aurora dando órdenes a las empleadas como si nada hubiera pasado. Ni una lágrima, ni una arruga de preocupación en su rostro.
—¿Dónde está tu uniforme, Giulia? —me espetó con ese tono frío de siempre.
La miré de frente.
—Hoy no voy a cocinar. Hoy voy a buscar a mi hija.
Aurora soltó una carcajada seca, como si hubiera contado el chiste más ridículo.
—¿Tú? ¿Y cómo planeas hacerlo