GIULIA
El cepillo de dientes se mueve de un lado a otro en mi boca, pero no consigo borrar la sensación que me dejó ese beso. No importa cuánta pasta use, ni cuánta fuerza aplique; sigue ahí, tatuado en mis labios. Me miro en el espejo, y lo veo otra vez: sus ojos, oscuros y fijos, sus manos aferrándome como si pudiera fundirme en su piel, el calor de su cuerpo empapado contra el mío.
Hace años que no sentía unos labios sobre los míos. No desde Luca. Ni siquiera Riccardo, con su eterna sonrisa y sus bromas insinuantes, logró que cruzara esa barrera. Con él nunca pasó de un par de miradas que duraban demasiado y charlas largas, a veces peligrosamente íntimas… aunque, en ocasiones, parecía que él esperaba algo más.
Escupo la espuma y enjuago mi boca con fuerza, dejando que el agua corra y arrastre todo por el lavamanos: el beso, la rabia, la confusión… como si el metal pudiera tragarse mis pecados y devolverme limpia.
Al salir del baño, encuentro a Claudia en mi habitación. Está sentad