AARON
Lo supe en cuanto vi el rostro de Claudia. Fría como una serpiente, siempre calculadora, pero esta vez… Estaba nerviosa. Muy nerviosa. Y Claudia nunca estaba nerviosa sin una razón.
Escondía algo, había hecho algo que seguro iba a hacerme enfurecer.
La observé por unos segundos. El leve temblor en sus manos. El modo en que evitaba mirarme directo a los ojos. Bastaron dos frases disfrazadas de cortesía para descubrirlo.
Giulia estaba intentando escapar. Y ella la había ayudado.
Giré sobre mis talones sin decir una palabra más, y avancé con pasos firmes, oscuros, letales. Podía sentir cómo la rabia se acumulaba en mi pecho como una bomba a punto de estallar.
La intercepté en la puerta de salida. Mis hombres ya la tenían. Forcejeaba, gritando por su hija como si de verdad creyera que eso la iba a salvar.
Ilusa.
Los hombres la arrastraban casi sin cuidado, y cuando llegaron a mi habitación, la arrojaron al suelo como un saco vacío. Cerraron la puerta.
—No quiero ser molestado ha