El tercer día amaneció más tranquilo.
Abrí los ojos con el sonido suave del despertador del hotel y, por primera vez, no me sentí cansada. Quizás dormir sin la tensión constante de la mansión Moretti me había hecho bien.
Aunque, si era sincera conmigo misma, lo primero que hice fue mirar el celular buscando —sin querer admitirlo— un mensaje de Alessandro.
Nada.
Solo un recordatorio del arquitecto encargado del proyecto: la inspección del edificio a las nueve de la mañana.
Me levanté con un suspiro, tomé una ducha rápida y me vestí con un pantalón de lino beige, blusa color crema y unas zapatillas cómodas.
Nada de vestidos, nada de pretensiones. Solo yo, lista para trabajar.
Cuando bajé, Axell ya estaba esperándome en la entrada del hotel, puntual como siempre.
—Buenos días, Isabella —saludó, abriéndome la puerta del auto.
—Buenos días, Axell —respondí, entrando—. ¿Dormiste bien?
—Lo suficiente. Usted, ¿descansó?
—Más de lo que esperaba —admití, mirando por la ventana mientras arrancáb