Desperté con la luz filtrándose a través de las cortinas del hotel.
Por primera vez en mucho tiempo, no tenía prisa por levantarme. Ni reuniones, ni llamadas de Alessandro, ni esa mirada suya que parecía medir cada paso que daba.
Solo el sonido lejano de los autos y el olor a café recién hecho.
Me estiré entre las sábanas con un suspiro.
Mi cuerpo lo agradecía; llevaba semanas sin dormir bien, con la cabeza llena de planos, correos y… pensamientos que prefería no nombrar.
Tomé el celular del velador.
Dos mensajes.
El primero, de la empresa, confirmando los avances del proyecto.
El segundo, de Alessandro.
“Espero que estés descansando. No trabajes hoy.”
Mi subconsciente bufó: ¿Quién se cree? ¿Mi entrenador personal o mi conciencia con traje de diseñador?
Apreté los labios intentando no sonreír. No lo iba a admitir en voz alta, pero ese tipo de mensajes, aunque me molestaran, tenían el efecto contrario: me hacían sentir cuidada.
Y ese era precisamente el problema.
Me levanté, tomé una d