El silencio de la mañana me envolvía como una manta tibia. El sol se colaba tímidamente por las cortinas, pintando líneas doradas sobre las sábanas, y por primera vez en mucho tiempo, no tenía prisa. No había reuniones, no había planes, no había nadie tocando la puerta de mi habitación para decirme que Alessandro me esperaba abajo.
Solo yo.
Y eso ya era suficiente motivo para sonreír.
Me quedé un rato mirando el techo, recordando el beso de la noche anterior. Todavía podía sentir la presión suave de sus labios sobre los míos, el calor que me recorrió la piel cuando él me sujetó por la cintura, y el modo en que el mundo pareció detenerse justo antes de que la voz de mi madre rompiera la magia.
Perfecto, trágico, y perfectamente inoportuno.
—Los matrimonios por contrato nunca son así en las películas —murmuré para mí misma, estirándome bajo las sábanas.
Mi cerebro respondió con sarcasmo, como si tuviera vida propia:
"Esto no es una película, Isabella. Esto es un libro. Y tú estás muy me