El vestido me quedaba como una segunda piel. Negro, elegante, de seda brillante, con un escote discreto pero suficiente para no pasar desapercibido. Las ondas suaves en mi cabello caían sobre mis hombros y un maquillaje impecable resaltaba mis facciones. Por un momento, apenas las escaleras. Sus ojos se detuvieron en mí de una forma que me hizo contener la respiración. —Perfecta —fue lo único que dijo. Y esas palabras, tan escasas, tuvieron más peso que cualquier elogio rebuscado.
El chofer nos llevó a la gala. El lugar era un hotel de lujo con columnas de mármol y lámparas de cristal colgando como cascadas de luz. Hombres de traje y mujeres con vestidos deslumbrantes llenaban el salón, con copas de champagne en la mano y sonrisas ensayadas. Todo era brillo, dinero y apariencias.
Caminé junto a Alessandro, sintiendo todas las miradas sobre nosotros. Él irradiaba poder, con esa seguridad natural que hacía que el resto pareciera simple decoración a su alrededor.
Durante la velada, salu