El sonido del agua en la regadera era mi única oportunidad. Julián había dejado su laptop abierta sobre el escritorio del estudio. La pantalla, como un faro en la penumbra, me llamaba con un brillo tentador y peligroso.
Respiré hondo, sentí el pulso retumbar en mis sienes y me acerqué despacio.
Contraseña.
El primer obstáculo. Mis dedos temblaban sobre el teclado. ¿Qué usaría? Probé mi fecha de cumpleaños. Nada. Su fecha de nacimiento. Tampoco.
El ruido del agua seguía, pero cada segundo era un cuchillo en mi garganta. Recordé algo: Julián solía repetir que “Clara era lo mejor que le había pasado”.
Escribí CLARA2019.
La pantalla se desbloqueó.
Mis manos sudaban.
Dentro encontré carpetas organizadas con nombres de empresas que jamás había escuchado: “Inversiones V.”, “Grupo Estrella”, “Luzmar Holdings”. Abrí una. Documentos legales en PDF, firmas digitales, transferencias a cuentas extranjeras. Cifras que mareaban.
Pasé a otra carpeta. Había fotos de reuniones privadas. Julián junto a