El sonido de mi nombre en la televisión me heló la sangre. Estábamos desayunando en el apartamento, un silencio cómodo después de la tormenta de la noche anterior, cuando Sebastián encendió la pantalla para vigilar las noticias.
La imagen apareció: Julián, impecable como siempre, traje a medida, voz firme. Frente a las cámaras, parecía más un héroe que un villano.
—Es doloroso —decía—, pero mi esposa, Ana Paula Valverde, ha sido manipulada. Personas sin escrúpulos la han utilizado para manchar mi nombre y robar documentos confidenciales. Ella siempre fue una mujer noble, dedicada… pero cayó en malas manos.
El veneno estaba en cada palabra. No me acusaba directamente; me pintaba como una víctima frágil, una esposa confundida. Y detrás de esa máscara de dolor, lo vi: celos. Una furia disfrazada de ternura.
—La amo —continuó, con voz quebrada—. Y haré lo que sea necesario para traerla de vuelta, para protegerla de quienes la rodean.
Las cámaras capturaron su mirada dolida, la del esposo