El aire de la noche me raspaba la garganta mientras las palabras de Sebastián aún resonaban:
“Julián nunca llegó a tu vida por casualidad.”
Lo miré con los ojos desorbitados, con la urgencia de quien necesita una verdad aunque duela.
—Explícate.
Él abrió la guantera del coche y sacó una carpeta negra, gruesa, gastada en las esquinas. La colocó sobre el asiento del copiloto y me hizo una seña.
—Mira por ti misma.
Con manos temblorosas, abrí la carpeta. Dentro había copias de documentos, fotografías, recortes. Cada hoja era un puñal.
Un contrato de sociedad entre Julián y una mujer: Clara Valverde.
Una escritura con ambas firmas.
Transferencias bancarias entre sus cuentas.
—No… no puede ser —murmuré, la vista nublándose.
Sebastián encendió otro cigarrillo, observándome en silencio mientras yo seguía pasando páginas. Había más: fotos de ellos juntos en viajes de hace años, antes incluso de que Julián y yo nos casáramos. Sonrisas que parecían ensayadas, complicidad evidente.
—¿Qué signifi