La nota arrugada seguía dando vueltas en mi cabeza.
“Gracias por anoche. No puedo esperar a repetirlo. – C.”
Cada letra era un golpe, una daga que se me clavaba más hondo. Julián podía negarlo todo, podía envolver sus mentiras con sonrisas y promesas, pero las pruebas se acumulaban.
Esa mañana me miré al espejo antes de salir de casa. La mujer que me devolvía la mirada tenía ojeras profundas y los labios apretados. Una desconocida. Una que ya no podía quedarse de brazos cruzados.
Tomé las llaves del coche y, en lugar de ir a la oficina, estacioné en una calle paralela a la suya. Lo vi salir del edificio a las ocho en punto, impecable en su traje oscuro.
El “hombre perfecto”.
Esperé unos segundos antes de encender el motor y lo seguí a distancia.
Primero se dirigió a la oficina, como siempre. Se bajó, saludó a algunos compañeros y entró al edificio. Estuve a punto de dar la vuelta, convencida de que tal vez había exagerado, cuando media hora después lo vi salir de nuevo.
No llevaba por