El aire de la mañana estaba impregnado de humedad, como si el bosque entero hubiera despertado con ella. Lia caminaba entre los árboles con pasos ligeros, el rocío aún prendido en las hojas y los rayos del sol filtrándose en haces dorados que caían sobre su cabello.
A su lado, Cassian, en su forma de lobo, la seguía de cerca. Su pelaje oscuro brillaba bajo la luz matinal, y cada movimiento suyo irradiaba una fuerza contenida, un poder salvaje que a Lia no dejaba de asombrarla.
Ella reía, una risa clara que resonaba en el aire y parecía responder a cada murmullo del bosque. Había algo liberador en correr entre los árboles, en sentir la compañía silenciosa del lobo que giraba la cabeza hacia ella de vez en cuando, como si confirmara que no se alejaba demasiado. Sus ojos dorados eran un faro en la penumbra verde, y cada vez que los encontraba, Lia sentía una chispa recorrerle el pecho.
—Te ves hermoso así —le susurró, deteniéndose un instante para acariciar el espeso pelaje de su cuello