La mañana en Pueblo Chico estaba fresca y luminosa. Alondra decidió salir con Carlos para hacer unas compras y caminar un poco. Vestía su estilo característico: camisa blanca arremangada, pantalón oscuro tipo “chin” y botas cómodas. El cabello recogido en una coleta baja, dejando escapar algunos mechones que el viento movía con suavidad.
—Me gusta cómo te ves así —dijo Carlos mientras avanzaban por la plaza—. Despiertas miradas, pero no por lo que llevas, sino por cómo caminas… segura, sin miedo.
—Será que aquí ya aprendí a no dejarme intimidar —respondió Alondra con una media sonrisa—. Y contigo, menos.
El mercado estaba lleno de vida: vendedores voceando sus productos, mujeres con canastas de frutas, niños correteando. Entre el bullicio, una figura conocida apareció a lo lejos. Luis Méndez, apoyado contra un poste, charlaba con un comerciante. Al verlos, sus ojos se fijaron en Alondra con una intensidad incómoda.
Se acercó con paso tranquilo, pero su mirada ardía.
—Alondra… —dijo, e