Los días siguientes fueron pasando lentos, casi perezosos, como si el tiempo quisiera quedarse a mirar cómo Alondra y Carlos se volvían cada vez más cercanos. Entre ellos había risas, miradas cómplices y silencios que decían más que cualquier palabra. La hacienda La Esperanza estaba más tranquila que nunca.
Don Emiliano, a veces, los observaba con gesto serio, como si no notara nada… pero claro que lo notaba. Manuela y los demás ya lo sabían: era un secreto a voces que entre la patrona y Carlos había algo. Y a todos, de alguna manera, eso les alegraba el alma.
Mientras tanto, otra noticia sacudió de alegría el lugar: Lía y Mateo se casarían. Habían puesto fecha para dentro de una semana, y la hacienda se llenó de preparativos.
—No me creo que ya sea en unos días —decía Lía, con las manos llenas de listones y papeles—. ¡Alondra, eres la mejor madrina!
—Pues prepárate, porque voy a meterme en todo —respondió Alondra con una sonrisa traviesa—. Desde las flores hasta el último detalle de