Kathryn, una empresaria exitosa, ha superado la adversidad para alcanzar el éxito, pero nunca olvida su humilde origen y ayuda a la parroquia local que la acogió en su momento de necesidad. Su vida da un giro inesperado con la llegada de un nuevo sacerdote, que esconde un turbulento secreto: es un agente especial encubierto huyendo de un criminal despiadado. A medida que Kathryn y el sacerdote se acercan, surge un romance apasionado, pero también arriesgado. Juntos deben enfrentar los peligros que los acechan y al criminal que busca venganza. En medio de la tensión y el miedo, Kathryn y el sacerdote deben confiar en su amor para superar los obstáculos y encontrar la felicidad.
Leer másFinalmente lo tenía todo, el dinero, la posición, los bienes. Les arrebató todo, saldó las cuentas y no sabía porque ahora sentía ese vacío en la boca del estómago.
-¡Ese condenado "sacerdote", me está haciendo dudar otra vez! - Pensó Katrhyn con rabia. Miró a su alrededor, las cortinas blancas, los vidrios transparentes, la ciudad ahí debajo bulliciosa como siempre. La gente se veía como hormigas pequeñitas y apuradas y en su mente se formó la imagen de cómo son fácilmente aplastadas por las suelas de los zapatos. Así como ella había hecho con sus enemigos y a pesar del nudo en el estómago se le dibujó un sonrisa.
Un golpe en la puerta la hizo salir de sus pensamientos. - Pasa - dijo y su secretaria entró con una bandeja con café. Lo dejó sobre la pequeña mesita junto al gran sillón, como era habitual, hizo un leve gesto con la cabeza y salió. Así se manejaban sus empleados con ella, no le temían, sino que les inspiraba un profundo respeto, casi reverencial. Y se lo había ganado a base de trabajo duro y dedicación, ningún "sacerdote" de parroquia la haría dudar de eso. Pero el sacerdote de parroquia si lo estaba logrando.
De haber sabido que esto sucedería nunca se hubiese involucrado directamente con la asistencia que la pequeña parroquia de su ciudad brindaba a los más desvaforecidos. Pero ella había estado ahí, había pasado las inclemencias de dormir a cielo abierto sin abrigo, el dolor del hambre, el desdén de los que pasan y solo observan. Sentía que ahora podía marcar la diferencia, al menos un poco, en aquellos que estaban en esa situación.
Se sentó en su sillón y acarició levemente uno de sus apoya brazos, era suave como lo sería todo en su vida de ahora en más. Suave y pulcro. Estiró la mano y tomó la taza de la mesita y de inmediato el aroma del café invadió sus sentidos. Café negro, sin crema, leche o azúcar, así se había acostumbrado a tomarlo. Pero no por decisión propia, sino que adquirió el hábito por necesidad cuando recién comenzaba a abrirse paso. No le alcanzaba más que para eso. El sacerdote lo tomaba de la misma manera. -Ay, por Dios!. - Exclamó y estaba vez si estaba enojada. Dejó el café nuevamente en la mesita y se paró.
-Ese sacerdote me persigue como una sombra ¿porque no puedo sacarlo de una vez de mi cabeza? Ya debe estar en su nueva parroquia en... ¿Dónde era? ¿Salcedo?... Bueno, no me interesa! - Quizá si lo decía en voz alta podría convencerse a sí misma, pero no podía siquiera engañarse lo suficiente para creerlo. El Padre William estaba por completo metido en su sistema.
Su propia incredulidad hizo que se enojara aún más, caminó hacia su escritorio y levantó el teléfono. -Cecil, averigua a que parroquia de Salcedo enviaron al Padre William Antón. Utiliza todos los recursos que necesites y avísame en cuanto tengas novedades por favor. Si, gracias. - Colgó el teléfono y regresó al mismo lugar junto a la ventana en el que estaba. Comenzaba a aparecer el invierno, podían verse los árboles del parque desnudos de hojas mecerse con el viento y las nubes grises amenazando detrás de los altos edificios y a pesar de que en su oficina la termperatura era más que agradable cuando exhaló el aire de sus pulmones se sentía frío.
William Antón había llegado a la ciudad dos años atrás como ayuda al viejo sacerdote que llevaba décadas en la parroquia. Lo cierto es que el Padre Michael estaba a punto de retirarse de la vida activa de la Iglesia, ya tenía problemas y achaques propios de sus 76 años. Se había convertido en un miembro muy querido de la comunidad, ayudaba a quién se lo pidiera y siempre trataba de devolver al camino a aquellos descarrilados. No fue sorpresa cuando el Padre William llegó a las puertas de la parroquia, la carta de la diócesis había sido recibida una semana antes.
A sus 40 años, Wiliam ya llevaba 10 años de sacerdocio. Eso decía su perfil. Se ordenó tarde pero no significaba que no fuera un sacerdote devoto e integrado por completo a la vida eclesiástica. Su nombre hacía que uno recordara títulos nobiliarios, un tipíco nombre inglés que muchos reyes llevaron. Y sin dudas su porte era digno de su nombre. El cabello negro corto, los ojos grandes y brillantes y una sonrisa que robaba suspiros entre sus feligresas. Además, exudaba esa aura de solemnidad y elegancia a pesar de la negra sotana. Era de esos hombres reservados pero que su sola presencia genera una fuerza de atracción propia, como la gravedad de la tierra atrayendo la luna. Tanto mujeres como hombres sentían esa gravedad al acercarse a su atmósfera, querían hablar con él, verlo de cerca.
Lo cierto es que no era atractivo en el estricto sentido de la palabra, pero tampoco era incomodo de ver. Al contrario, uno podría quedarse viéndolo directo al rostro lo que durarán sus misas. Eran sus gestos, los pequeños movimientos que hacía con el ceño, la expresión de emoción que se reflejaba en sus ojos o las imperceptibles sonrisas que hacían que la comisura de sus labios generara expectativas. Era elegante por naturaleza, de movimientos firmes llenos de confianza. Hasta cuando secaba sus grandes manos después de asistir un bautizo parecía un pequeño ritual sincronizado. Y la confianza con la que realizaba hasta las cosas más insignificantes y rutinarias era su gran atractivo. La confianza inspira seguridad y eso era lo que encontraban en él sus feligreses.
Eso fue lo que Kathryn encontró en él, seguridad, confianza e inevitablemente fue atraída por su gravedad como el resto. Pero ahora se negaba a reconocerlo, no quería que este sacerdote de cabello negro y sonrisa amplia la persiguiera con sus palabras por el resto de su vida. No tenía tiempo para esto, para distraerse de sus objetivos, para dudar de sus pasos porque el costo sería muy alto y ella no iba a renunciar a sus logros ni por esas palabras ni por ese sacerdote.
Estaba decidida. Contra su buen juicio buscaría a William, aclararía las cosas y podría continuar su vida como la tenía planeada. No podía detenerse ahora porque su consciencia hubiese mutado hasta convertirse en la voz de ese sacerdote que le susurraba dentro de su cabeza. Nadie tuvo reparos por ella, nadie sintió remordimientos, nadie le tendió una mano o estuvo para consolarla cuando estuvo a punto de perdelo todo; lo que había logrado lo hizo por su propia cuenta. Cada victoria estaba cimentada en sus lágrimas, el desapego, el dolor y la angustia y las raíces ya estaban demasiado profundas. Solo le faltaba deshacerse de este "pequeño problema" que la acosaba permenentemente y que plantaba la semilla de la duda en su interior. No importaba que fuera una semilla del tamaño de un grano de arena, ahí estaba molestándola y debía eliminarla.
Su teléfono sonó, era Cecil. -Señora, no he podido localizar al Padre Antón. No se encuentra en Salcedo y por lo que me dijeron tampoco está en ninguna parroquia de España.-
¿Cómo era posible? Ella misma habló con él por teléfono cuando se despidió de un día para el otro y simplemente le dijo que lo habían asignado de manera urgente a Salcedo. ¿Qué estaba sucediendo?
-¿Cómo que no está en España? Corrobóralo de nuevo, Cecil. No es posible.-
¿Qué estaba sucediendo? Él no pudo mentirle ¿o si?. Quizá a último momento cambiaron su destino y lo enviaron a otro pías. Tal vez se enteraron de lo que había sucedido y decidieron sacarlo de la iglesia. No, de haber sido el caso ella sería la primera en enterarse.
William siempre tuvo ese velo imperceptible sobre él, como si algo más se escondiera debajo de su carisma y su sonrisa. Algo misterioso que Kathryn atribuyó a una lucha interna que cuando salía a la superficie se transformaba en una tormenta que arrasaba con todo. Esa docilidad y amabilidad que parecían romperse y dejaban paso a lo más oscuro que llevaba dentro. Ella fue testigo directa de ese rompimiento. Pero no, había otra cosa ahí agazapada que nunca pudo saber a ciencia cierta que era.
Media hora más tarde Cecil volvió a llamar a la puerta y cuando entró su cara de preocupación lo decía todo.
-¿Pudiste averiguar algo? - Le preguntó Kathryn ya mostrando un poco de nerviosismo.
-No, señora. Llamé a nuestro contacto en el gobierno y este se comunicó con la embajada de España, por eso demoró un poco más. Ratificaron con las autoridad de la Iglesia allí que ningún Padre William Antón está, estuvo o debería estar al frente de una porroquia o cualquier otra dependencia. -
Las alarmas comenzaron a sonar en su cabeza. Se sentó detrás de su escritorio y solo miró el piso por unos segundos que a Cecil se le hicieron interminables.
-Muy bien, no te preocupes. Mañana iré yo misma a la parroquia a hablar con el Padre Michael sobre esto. Seguramente él tiene más información. Tiene que saber donde está William... Puedes irte a casa, Cecil, yo lo haré en un rato.-
Cuando salió a la entrada del edifcio a las 5 en punto el auto ya estaba esperándola. Definitivamente el invierno había llegado y la lluvia comenzaba a amenazar. En la calle de enfrente vio a dos jóvenes sentadas en las mesas exteriores de un restó tomando algo, recordó el café que dejó se enfriara sobre la mesita y de repente la imagen del Padre William volvió a su cabeza. Pensando en dónde estaría él subió al auto, quizá si hubiera observado por unos segundos más habría notado al hombre de traje oscuro y gafas sentado detrás de esas dos jovencitas, observándola.
William tuvo que permanecer en el hospital por varios días. Seguía sin poder ver a Kathryn, pero al menos sabía que estaba bien. Cuando Riker finalmente cayó toda su red se desmoronó con él, de a poco habían conseguido dar con cada uno de sus secuaces y en cuestión de semanas todos sus laboratorios quedaron fuera de juego. Pero no fue lo único que se desarmó en pedazos. Kathryn había regresado a su vida con un fuerte dolor en el pecho y el corazón. En el último segundo había demostrado de que estaba hecha, enfrentando el miedo de lleno y salvándole la vida a William. Pero esa demostración había drenado todas las fuerzas de su interior; no recordaba haberse sentido tan débil y vulnerable nunca. Para colmo no solo Cecil había renunciado, ahora Paul también quería dejarla. Lo cierto era que Paul tampoco podía seguir resistiendo más, Kathryn era un pozo que lo absorbía por completo y ni siquiera podía decirle que la amaba, menos todo lo que había hecho por ella a sus espaldas. Tenía que
Arrastraron a William hasta el sótano donde lo ataron a una silla. No era difícil saber porque había ido solo hasta la boca del lobo: su relación con Kath era algo más que la de un sacerdote y una devota. No solo estaba huyendo y jugando en la parroquia, tuvo tiempo para hacerse el casanova y divertirse con su dulce Kathryn. Por eso ella tenía su fotografía en la oficina. Tomó otra silla y se sentó a mirarlo mientras seguía inconsciente. Este tipo casi lo hizo caer una vez y ahora estaba en su poder. La sangre se le había helado una vez más repasando en su cabeza todo lo que lo había llevado a esa ciudad, todo lo que le haría para que pagara por el desastre de Europa del este, todo lo que jugaría con su cadáver una vez que terminara. Uno de sus tipos se acercó a decirle algo. -Bien… despiértalo yo iré por ella – Subió las escaleras hasta la segunda planta y abrió la puerta de su habitación; Kathryn estaba alerta, asustada por los disparos. - ¿Qué ocurrió Robert? ¿Eso fueron dispar
William llegó a la ciudad, pero no fue directamente al piso de Kathryn, tomó un taxi en el aeropuerto y se dirigió al norte. Nadie sabía que estaba allí. Se bajó en una calle un poco desolada de las afueras y caminó por unos 15 minutos hasta que llegó al lugar. En caso de que surgiera alguna emergencia tenía todo un equipo guardado en un deposito: comunicaciones, armas, chalecos antibalas, vestimenta, todo. Riker estaba en la ciudad y con Kathryn y sin importar lo que había visto en el video, ella estaba en peligro. Antes de tomar cualquier acción tenía que prepararse. Se cambió de ropa y preparó su revolver automático junto con varias municiones. Con suerte, no tendría que usarlo; pero estaba seguro de que la cacería iba a terminar pronto. Contactó al personal se seguridad que había instalado las cámaras en el piso de Kath, pero el informe que recibió lo alertó de que todo estaba yendo mal. Ella había dejado el lugar hacía unos días y unos tipos registraron todo y deshabilitaron las
William sintió que una daga le atravesaba el pecho y que moriría desangrado. Tomó el monitor en el que había visto a Kathryn con Riker en su piso y lo estrelló contra la pared, luego siguió la silla que terminó destrozada a patadas. Pero eso no lo calmó y lo próximo fueron sus puños contra la misma pared. El dolor físico no le quitó el que le estaba creciendo en su interior, sino que ayudó a aumentarlo. Esa era SU mujer con otro hombre y ese hombre era Riker. La rabia le cerró la respiración, estaba peleando por oxígeno, estaba peleando contra sus impulsos más bajos, estaba peleando por pensar. Los ojos se le llenaron de lágrimas. ¿Cómo la encontró Riker? ¿Cómo terminó ocurriendo esto? Kathryn no podía hacerle eso ¿Acaso ya se había olvidado de él? ¿Acaso no lo amaba? En el video se veía claramente como había sido ella quien inició todo, como lo provocó, como lo buscó con su cuerpo, como lo besó. Era evidente que se conocían, esto no era nuevo. ¿Estuvo tomándolo por estúpido todo ese
Y la pieza final fue un llamado al teléfono de Kathryn, era la persona a la que estaba esperando y la situación perfecta, así que era ahora o nunca. Preparó un sobre y se encargó de limpiar cualquier rastro el él, fue hasta el edificio donde Kath vivía y se lo dejó en la recepción. Cuando Kathryn llegó se lo entregaron. No era raro que recibiera correspondencia, era raro que el sobre no tuviera un remitente. ¿Quizá sería de William? La impaciencia le ganó en el ascensor y lo abrió: nada, solo una hoja en blanco. ¿Era un chiste? No tenía nada escrito, ni siquiera en el reverso. Lo tiró a la basura ni bien entró a la cocina. Tenía que prepararse para su invitado. Tomó un baño, aún era algo temprano, y pidió comida del restaurante de comida china que estaba cerca de su piso. Se puso ropa cómoda, un vestido gris simple; su invitado no era exigente y esperó. Pero de a poco su cuerpo comenzó a sentirse raro, sentía calor y no era época, estaban en pleno otoño. El termostato estaba en una
Los días pasaban y Kathryn no recibía respuesta del agente que había contactado. Era la última chance que tenía y no estaba dando resultados. Cecil tocó a su perta, necesitaba hablar con ella. Su último encuentro con Paul en su casa le dio la certeza de que ya nada tenía que hacer aquí. Seguiría siendo solo un reemplazo de Kathryn y eventualmente su vientre comenzaría a notarse. - Estoy pensando en renunciar – - ¿Por qué? ¿Qué sucedió? Si es por lo que pasó con Rebecca no te preocupes, no regresará – - No, no es por eso… Estoy embarazada – - ¡Eso es maravilloso, Cecil! ¡Muchas felicidades! Sabes que puedes tomarte los días que necesites, cuando lo necesites – - Lo sé, gracias. Pero en verdad me sentiría más cómoda regresando a casa, con mi familia. Este bebé voy a tenerlo sola y me gustaría contar con el apoyo de mis padres – - ¿Cómo sola? ¿Y el padre de tu bebé? – - No, a él no le interesa. Está enamorado de otra mujer – - ¡Oh, Cecil! Cuanto lo siento… - Esa mujer era ella mi
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