Mundo ficciónIniciar sesiónEl restaurante estaba tan impecable que resultaba incómodo.
Las copas de cristal alineadas con exactitud quirúrgica, los cubiertos relucientes y el aroma a flores frescas componían un ambiente tan calculado que parecía imposible respirar sin alterar el equilibrio.
Emma movió el vino entre los dedos sin beber. Vestía un conjunto beige elegante, el tipo de ropa que usaba solo para complacer a su madre. Frente a ella, la señora Davenport —una mujer de sonrisa medida y ojos críticos— observaba cada uno de sus gestos como si evaluara una exposición. A su lado, su padre, un hombre de traje oscuro y postura rígida, hojeaba el menú con la misma seriedad con que firmaría un contrato.
—Llegas tarde, Emma —dijo su madre sin levantar la vista del vaso—. Dijimos una en punto.
—Sí, lo sé. Hubo tráfico —respondió ella, dejando el bolso sobre la silla.
—Siempre hay tráfico. Pero las personas responsables sale







