Emma llevaba semanas sintiéndose extraña. No era tristeza, tampoco simple aburrimiento… era una mezcla de ansiedad, cansancio y una necesidad urgente de encontrar algo que no sabía nombrar. Desde que había dejado su último trabajo en publicidad, los días parecían alargarse en una rutina vacía. La vida profesional, que antes era su refugio, se había convertido en un paréntesis lleno de dudas.

Por suerte, aún tenía a Harry Withmore. Lo conocía desde hacía meses, gracias a Violeta, y aunque todo había empezado como una amistad tranquila, últimamente algo cambiaba cada vez que estaban juntos.

Esa noche, como tantas otras, habían quedado de verse en el bar donde siempre iban después de las largas jornadas en el hospital —él— y las tardes de ocio de ella. Emma llegó unos minutos tarde, envuelta en una bufanda color vino, con el cabello recogido y las mejillas sonrojadas por el frío.

Harry ya estaba allí, en la barra, moviendo