La boda había sido hermosa, como salida de un cuento que Emma jamás habría creído real.
El jardín estaba adornado con flores blancas y cintas plateadas que danzaban con la brisa suave de abril. Las luces colgaban entre los árboles, bañando de dorado el atardecer mientras una melodía suave llenaba el aire.
Violeta caminaba hacia el altar tomada del brazo de Liam, con un vestido sencillo pero perfecto, y Emma la observaba con un nudo en el pecho que no sabía explicar. La sonrisa de su amiga era pura, radiante, de esas que iluminaban incluso a quienes estaban rotos.
Y Harry estaba allí, un poco apartado entre los invitados, vestido de negro, impecable, pero con los ojos cargados de una tristeza silenciosa. Esa clase de tristeza que no se grita ni se llora, sino que se lleva dentro hasta que deja cicatrices invisibles.
Emma lo notó enseguida.
Durante toda la ceremonia, él apenas sonrió. Aplaudió cuando todos lo hicieron, y levantó su copa cuando correspondía, pero en sus gestos había una r