La mañana comenzó como cualquier otra en la casa Rothwell. La luz del sol se filtraba entre las cortinas color marfil de la habitación, bañando de un brillo cálido los muebles y el rostro dormido de Violeta. El sonido de Atenea saltando sobre la cama la hizo abrir los ojos con una sonrisa ligera. Acarició la cabeza de la gata, que ronroneaba satisfecha, y se incorporó lentamente.
Era un día más en su rutina, y aunque la paz había vuelto poco a poco a su vida, aún quedaban rastros de la tensión vivida meses atrás. Había aprendido a valorar los días tranquilos, los momentos simples. Desayunó junto a Liam, quien leía unos informes mientras bebía café, con esa concentración que la hacía admirarlo en silencio.
—¿Tienes mucho trabajo hoy? —preguntó ella, removiendo el azúcar en su taza.
—Demasiado —respondió sin apartar la vista de los papeles—. Pero nada que no pueda manejar. ¿Tú?
—El restaurante, luego la universidad… ya sabes, lo de siempre. —Sonrió con ternura.
Liam la miró entonces, con