La mañana del juicio amaneció gris, con un cielo encapotado que parecía presagiar lo inevitable. El edificio del tribunal se erguía solemne en el corazón de Londres, rodeado de reporteros, cámaras y una multitud que se agolpaba para ver al heredero Rothwell enfrentarse a los cargos más escandalosos de los últimos años.
Violeta bajó del auto con el corazón encogido. Las manos le temblaban, pero aun así las mantenía firmes sobre la carpeta que llevaba contra el pecho. Emma, a su lado, le susurró que respirara, que todo iba a salir bien. Sin embargo, nada podía calmar el torbellino que llevaba dentro. Liam había pasado dos noches en prisión preventiva y apenas pudo verlo unos minutos antes de la audiencia. En esos escasos momentos, él le había tomado el rostro entre las manos, sus ojos azules cansados pero llenos de determinación.
—No te preocupes por mí, Violeta —le había dicho en voz baja—. Solo prométeme que si las cosas no salen bien… cuidarás de Seth.
—No digas eso —le había suplica