El amanecer se filtraba débilmente por las cortinas de la casa Rothwell, tiñendo las paredes de un tono ámbar pálido. Violeta observaba el reflejo del vapor que salía de su taza de té, mientras Atenea, su fiel gata, dormía hecha un ovillo sobre el sofá. El silencio de la mañana la envolvía con una sensación de calma frágil, como si el mundo aguardara el momento preciso para volver a desmoronarse.
Liam entró en la sala poco después, aún con el cansancio marcado en el rostro. Llevaba la camisa sin abotonar del todo, el cabello ligeramente desordenado y un gesto que mezclaba ternura y preocupación.
—Buenos días —murmuró, dejando un beso en la coronilla de su esposa. Ella alzó la vista, dedicándole una sonrisa pequeña pero sincera.
—Buenos días. ¿Dormiste algo?
—Un poco —mintió él, sentándose frente a ella. Sus ojos oscuros, sombreados por ojeras, lo delataban.
Durante unos segundos permanecieron en silencio, escuchando solo el suave tic-tac del reloj sobre la repisa. Liam extendió una ma