El amanecer en Londres tenía ese tono gris que tanto le gustaba a Violeta. Después de tantos días en casa, la rutina del hospital y la oficina le hacía falta, aunque la idea de enfrentarse otra vez a los pasillos llenos, los comentarios y las miradas curiosas la ponía nerviosa. Aun así, esa mañana decidió vestirse con decisión.
Eligió una blusa color marfil, una falda gris hasta la rodilla y una coleta alta que dejaba ver su rostro limpio. Mirarse al espejo le recordó que, pese a todo, seguía siendo la misma mujer que se había propuesto empezar de nuevo.
El trayecto hacia la empresa fue silencioso. La ciudad se movía como un reloj gigante: autos, paraguas, el aroma de café escapando de las panaderías. Violeta inspiró hondo antes de entrar al edificio Rothwell. En el vestíbulo, los empleados la saludaron con cortesía y cierta curiosidad; algunos sabían del ataque, otros fingían no saber. Ella simplemente sonrió con educación y siguió hacia el ascensor.
Al llegar al piso de Promoción, A