El sonido del monitor cardíaco era lo único que rompía el silencio de la habitación. Violeta estaba sentada junto a la cama de su padre, con las manos entrelazadas sobre su regazo. Las luces del hospital eran suaves, pero aun así parecían demasiado frías para un lugar donde el amor y la desesperación se mezclaban tanto.
Él dormía, tranquilo por primera vez en días. Cada respiración pausada le recordaba a Violeta por qué seguía luchando. Su padre lo había dado todo por ella: su tiempo, su salud, su vida entera. Y ahora, ella no podía hacer menos.
Liam había hecho una propuesta irracional, casi absurda, pero era la única que podía salvarlo.
Violeta repasó mentalmente todas las alternativas posibles, cada préstamo, cada ayuda del hospital, cada posibilidad de conseguir dinero.
Nada era suficiente.
“Puedo devolvérselo después”, pensó. “Puedo hacerlo por él, solo por mi padre.”
El reloj marcaba las nueve cuando se levantó para acomodar las sábanas.
Su pecho dolía, pero no por el