Valeria entrecerró los ojos, saboreando cada palabra como si quisiera alargar el momento.
—Sabes, Sofía —dijo con un deje de burla apenas disimulado—, deberías agradecerme por ser tan considerada. No todas tendrían la delicadeza de advertirte. Pero mírate… tan ingenua. Seguro pensaste que un par de gestos amables de Antonio significaban algo más.
Sofía sintió que la sangre le hervía, pero no le daría el gusto de verla perder el control. Inspiró hondo, enderezó los hombros y respondió con voz firme:
—No es así como piensas, Valeria. No sientas lástima por mí ni inventes lo que no existe. No hay nada entre Antonio y yo… y, por si lo has olvidado, solo soy una invitada en esta casa.
La sonrisa de Valeria titiló por un segundo, como si esa respuesta le hubiera pinchado el orgullo. Sin embargo, antes de que pudiera replicar, el sonido de la puerta abriéndose interrumpió el tenso momento.
Antonio apareció en el umbral, alto y sereno, aunque el ceño fruncido delataba su sorpresa.
—Valeria… —