La puerta se cerró a mis espaldas y por fin pude respirar. El silencio del apartamento de Adrián, tan opulento como intimidante, me envolvió como un manto. Dejé caer las bolsas con un suspiro que venía desde lo más hondo. Marcas de lujo, telas suaves, accesorios que costaban más que mi alquiler de un mes... todo eso amontonado en el suelo como un testimonio de un día realmente difícil.
—Miau.
El sonido, suave y curioso, vino del sofá. Allí estaba Luna, observándome con sus ojos azules como si evaluara el nuevo desorden que yo traía a su territorio perfecto.
—Hola, preciosa —musité, agachándome para acariciarla. Su ronroneo fue inmediato, un pequeño motor de paz que calmó un poco el torbellino en mi pecho—. ¿Cómo estuvo tu mañana?
Era una pregunta tonta, pero necesitaba la normalidad de ese pequeño ritual. Su respuesta, un ronroneo más fuerte al rascarle detrás de las orejas, fue suficiente.
—¿Tienes hambre? —Rebusqué entre las bolsas hasta encontrar el paquete de comida gourmet que ha