Una vez que las chicas se fueron, el ambiente se tornó tenso, demasiado para mi gusto.
Me quedé mirando la superficie de mi café, ya frío, viendo cómo los pequeños fragmentos de mi vida “controlada” se desmoronaban día tras día. Primero el compromiso, mi secuestro, la boda, luego el beso, las compras, la lencería, la confesión a Elena... y ahora esto. El secreto más grande, aquel que debía proteger mi carrera, estaba esparcido sobre la mesa de esta cafetería como las migajas del pan que Gonzalo acababa de partir.
—Lo siento, Valeria… —la voz de Elena, usualmente tan segura, sonó pequeña y llena de remordimiento—. No... no soy buena guardando secretos. Se me salió.
Alcé la vista. La expresión de genuino arrepentimiento en su rostro desarmó la punzada de pánico que había comenzado a crecer en mi pecho. No podía enfadarme con ella. No realmente. Después de todo, ¿no había sido yo quien, en un momento de debilidad, le había contado?
Esbocé una sonrisa tranquila, o al menos eso intenté. —T