Apenas terminó la reunión inicial, el gentío se dispersó como hormigas azucaradas, pero el zumbido de las conversaciones solo tenía un tema: Tailandia. Tailandia. La palabra resonaba en mi cabeza como un tambor enloquecido, ahogando el ritmo ordenado de mis pensamientos. Todos a mi alrededor parecían efervescentes, con sonrisas ansiosas y sueños de ascensos en un país exótico.Yo, en cambio, sentía cómo el pánico trepaba por mi espina dorsal, frío y implacable. Mis manos reposaban sobre el teclado, mis ojos miraban fijamente la pantalla llena de números, pero mi mente era un tifón de catastróficos "qué pasaría si...". Mi agenda, esa fiel y meticulosa compañera, estaba hecha trizas. Había tareas pendientes, sí, pero mi cerebro se negaba a procesar nada que no fuera la imagen de mi gata, Luna, sola y confundida, y la de mi vida perfectamente ordenada, hecha añicos.—Oye cuatro ojos. —La voz, cargada de una familiar mezcla de burla y diversión, me arrancó brutalmente de mi espiral de ans
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