La oscuridad en la habitación era absoluta, rota solo por los tenues reflejos de la ciudad que se filtraban entre las cortillas. Yo estaba acostada en medio de una cama que era demasiado grande, demasiado lujosa, demasiado ajena. Mis mejillas ardían, y no por la fiebre, sino por el eco de una pregunta que resonaba en mi cabeza.
¿Nunca te pasó que conociste a alguien y, desde el primer momento, supiste que esa persona solo traería complicaciones… pero aun así, no pudiste alejarte?
La pregunta de Adrián me había dejado paralizada. Él me miraba, expectante, como si esperara que mi alma tuviera una grieta similar a la suya, que mi respuesta pudiera hacerle espejo. Yo había abierto la boca, pero solo un sonido vacío escapó.
—Yo…
Fue todo lo que pude articular. Afortunadamente, él vio mi turbación. Una sombra de arrepentimiento cruzó su rostro y se retractó de inmediato, alzando una mano en un gesto de paz.
—Olvídalo. No era necesario responder. Solo estaba divagando. No me hagas caso.
Se l