El golpe en la puerta, suave pero insistentemente real, me hizo saltar del ensimismamiento como si me hubieran aplicado una descarga. Me incorporé de golpe en la cama, el corazón galopándome en el pecho. ¿Era él? ¿Era en serio?
—¿Valeria? —La voz de Adrián, baja pero clara, traspasó la madera.
Mi mente entró en pánico. Me pasé una mano por el cabello, sintiéndolo desordenado y rebelde. ¡Dios mío, debía parecer un desastre! Me levanté de un salto, con más agilidad de la que creía tener, y me acerqué a la puerta de puntillas. Con un esfuerzo sobrehumano, me ajusté el camisón, me alisé el pelo lo mejor que pude y puse una expresión de somnolencia que esperaba fuera convincente.
Abrí la puerta solo lo necesario, escondiendo la mayor parte de mi cuerpo detrás de ella, como un animal asustado asomando la cabeza de su madriguera.
Él estaba allí. Adrián Han, a altas horas de la noche, en el pasillo de su propio apartamento. No llevaba un traje, sino un pantalón de jogging oscuro y una camiset