El dolor era un universo en expansión dentro de ella. Un latido ardiente en la mejilla izquierda, un fuego recién avivado en la derecha. La sangre, cálida y metálica, le pintaba la barbilla y le manchaba la blusa, cada gota un testimonio de su derrota física. El hombre estaba de pie frente a ella, su respiración un poco más pesada, la paciencia agotada.
—Te estás poniendo las cosas muy difíciles —dijo, su voz un susurro cargado de una amenaza que ya no necesitaba elevarse.
Y entonces, de lo más profundo de Valeria, surgió un sonido que no había hecho en años. Una risa. No era una risita nerviosa, sino una carcajada larga, rasgada y temeraria que resonó en el espacio vacío y lúgubre. Un sonido tan inesperado y fuera de lugar que hizo que el hombre diera un paso atrás, frunciendo el ceño con genuina perplejidad.
—¿Qué diablos te parece tan gracioso? —espetó, la confusión alimentando su ira.
Valeria alzó la mirada, sus ojos, aunque hinchados, brillaban con una lucidez feroz. La sangre le