La fiesta seguía su curso, un torbellino de risas forzadas, adulaciones y el constante tintineo de cristal. Yo mantenía una conversación con la ingeniera Jefa de Contabilidad, una mujer aguda cuyos ojos no paraban de evaluarme, buscando quizás una grieta en la fachada del recién comprometido. Asentía en los momentos adecuados, respondía con monosílabos corteses, pero mi atención estaba dividida. Una parte de mi mente, siempre la vigilante, escaneaba el salón de forma periódica, buscando una figura familiar: cabello castaño recogido, gafas, una postura que siempre parecía querer ocupar menos espacio de lo necesario.
Valeria.
No la veía.
Al principio, supuse que estaría en algún rincón, agobiada por la atención, bebiendo su eterno vaso de agua con gas. Pero después de un tercer barrido meticuloso, una ligera punzada de… ¿preocupación? No, no era eso. Era un mal presentimiento, la sensación de que una variable en mi ecuación cuidadosamente calculada se estaba desviando. El "compromiso"