Mientras Yago, la hermana menor de Nant y la amiga de esta, Sofía, se levantaban de la mesa para explorar el extenso y lujoso buffet, la madre de Nant se quedó a solas con su hija. El ambiente en el restaurante, aunque animado, se sentía íntimo en su rincón privado. La madre, con la perspicacia que solo una madre puede tener, no tardó en notar algo en el rostro de Nant. Su sonrisa, aunque presente, no llegaba a sus ojos, que parecían estar turbios por la preocupación.
—Hija, ¿qué te pasa? —le preguntó, su voz suave y cargada de inquietud—. Te noto preocupada. ¿Te peleaste con Yago? Tu rostro está serio.
Nant dio un ligero sobresalto. Se había sumergido tanto en sus propios pensamientos que no se dio cuenta de lo transparente que era para su madre. La pregunta de su madre la tomó por sorpresa. ¿Cómo podía explicarle la noche de pasión que había tenido con Yago, la intensidad de cada momento, la imprudencia de no haber usado protección en sus días fértiles? No podía. La posibilidad de u