La mesa unida en el corazón del sofisticado restaurante se había transformado en un tablero de ajedrez, donde cada frase pronunciada por los hermanos Castillo no era una simple palabra, sino un movimiento calculado, una pieza que se posicionaba o se sacrificaba en una partida de alto riesgo. El segundo tiempo de la cena, con sus platillos principales recién servidos –cortes de carne premium, jugosos y perfectamente sellados, adornados con guarniciones coloridas y aromáticas–, se desarrolló bajo una atmósfera de expectación contenida. La confirmación de Yago sobre el crucial rol de Hainz en la dirección de las filiales de Estados Unidos y Canadá provocó una reacción inmediata y visible en Joren, quien, por primera vez en la noche, no pudo ocultar una genuina preocupación que ensombreció su habitual compostura.
—Yago —dijo Joren, su tono, que momentos antes había sido firme y resuelto al aceptar la misión de Belem, ahora teñido de una genuina inquietud que se filtraba en cada sílaba—. C