Después de las intensas revelaciones y las estrategias delineadas en las sombras de la discreta conversación, la cena en la mesa de los Castillo adoptó un ritmo más convencional, casi como si se tratara de una reunión social común. Los platos fuertes, ya presentes en la mesa y habiendo sido consumidos por los hermanos Castillo, Nant y Eunice, estaban a punto de ser retirados por el mesero con su eficiencia habitual. El aroma tentador de los manjares principales aún persistía ligeramente en el aire, mezclándose con el murmullo discreto del restaurante, con el tintineo suave de los cubiertos y el tenue perfume de otras cocinas, creando una atmósfera de normalidad aparente que era, en realidad, una sofisticada cortina de humo para las maquinaciones que acababan de tener lugar. La anticipación de lo que estaba por venir, ahora mitigada por las decisiones tomadas, dio paso a un disfrute más pleno de la velada, un respiro antes del siguiente acto.
La conversación fluyó de forma más relajada