El murmullo del restaurante había alcanzado un nivel confortable, una sinfonía de conversaciones amortiguadas, el tintineo discreto de la cristalería y el roce suave de los cubiertos contra la porcelana. El mesero se había retirado una vez más, asegurándose de que las copas estuvieran rellenadas y que los cuencos de las cremas, ahora vacíos y limpios, hubieran sido retirados con eficiencia. El primer tiempo de la cena había concluido, y con él, la tensa conversación sobre Belem y la inminente misión de King. Sin embargo, para Joren, el aire aún estaba cargado de asuntos pendientes. Tenía un asunto más que tratar, uno que había sido la base, el cimiento silencioso, de su colaboración con Yago durante el último año.
Mientras el ambiente se relajaba ligeramente con la finalización del primer curso, una especie de tregua tácita en la formalidad de la cena, Joren se inclinó de nuevo hacia Yago. Su voz era baja, apenas un murmullo que se perdería en el bullicio si alguien intentaba escuchar