Un joven desheredado que se hace famoso con su libro, llevará éste a la realidad, creando una muy especial casa de acogida para niños y mujeres malytratadas. En ella conocerán por fin el cariño que nunca les dieron y una paz muy necesaria para `poder crecer como personas. Aquellos desheredados que son deshechados por al sociedad se convertirán en maravillosas personas con una vida propia y verán llegar la felicidad.
Ler maisCAPITULO I
UNA VIDA
El viento anunciaba el otoño, que llegaba prematuramente, llevando en sus fríos brazos olores a madera y hojas secas. Barría las calles levantando remolinos, y echando a las gentes de las aceras. Ramón, enfundado en su gabardina beige, penetraba en una cafetería dispuesto a esperar tomándose un chocolate caliente. Ana aún tardaría un poco en llegar, trabajaba cerca de allí, pero hoy se iba a retrasar, ya se lo había advertido. Su jefe la necesitaba para cuadrar unos informes, y eso le llevaría su tiempo correspondiente. Echó una ojeada al local, casi siempre lleno, y que ahora, más que nunca, se veía abarrotado, y se dirigió a una mesita que en un rincón aparecía desocupada. Una pesada cortina ocultaba parte de la cristalera, y Ramón la apartó para mejor ver el exterior. Aspiró el aire cálido, y se desprendió de su gabardina, que colgó en el respaldo de la silla. Se frotó las manos, e hizo un gesto a la camarera, que se acercó para tomar nota.
-Un chocolate muy caliente, y un bollo de mantequilla, por favor-solicitó con una sonrisa en los labios
-¿Algo más señor?-preguntó impasible la camarera, que apuntaba los pedidos en una pequeña libreta.
-No, muchas gracias-respondió con gesto adusto, molesto por la falta de amabilidad de la joven.
Se esforzó por ver si venía Ana, pero el viento, continuaba creando su caos entre remolinos y polvaredas impidiéndole la visión. Optó por centrarse en sus propios pensamientos, y en lo que tenía pendiente, era necesario resolverlo cuanto antes. Sonrió a causa de sus elucubraciones, y en ese momento la camarera, dejó en la mesa su pedido. Introdujo la cucharilla en el espeso chocolate, y lo removió, mientras le daba un mordisco al bollo. Realmente tenía hambre.
El viento se calmó como por ensalmo, y comenzó a llover copiosamente. El ruido de las gotas al chocar con el cristal con furia, le hizo rebullirse en su asiento, agradecido por haberse librado del aguacero que estaba cayendo. Dio un sorbo al chocolate, y retiró la taza, el contacto con el borde le advirtió de que realmente estaba muy caliente, demasiado. Una figura estilizada, entró y cerró tras de si las puertas de grueso cristal, para escrutar con la mirada el interior, en busca de alguien. Ramón la vio y le hizo un gesto, enseguida ella se dirigió hacia su mesa.
-¡Uf! hace un día malísimo,-se quejó ella-este viento y esa agua que cae como lanzada por una mano cruel…
-Mujer ¿no eres un poco exagerada?-sonrió divertido el-es el tiempo normal en estas fechas.
-¡Ay que no! que no me acaba de gustar el clima de esta ciudad. Si pudiera me iría lejos, a donde haga sol siempre.
-Te aburrirías seguro que sí.
-Ya, ya. Ya te iba yo a decir si me aburría.
-Pero no me has citado aquí para hablar del tiempo eso seguro. Cuando me has llamado me has preocupado, he venido corriendo dejando a medio hacer…bueno da igual dime que te ocurre.
Ella bajó la cabeza, y tras una pausa, le miró a los ojos, y controlando las lágrimas que pugnaban por salir, comenzó su confesión.
-Ramón tu me conoces muy bien, mejor que nadie en realidad, dime ¿crees que me merezco yo esto?-le mostró un brazo, en el que resultaba visible un enorme morado-José…-no acertó a seguir
-Ese hijo de puta, ¿cómo puede haberte hecho eso? le voy a…-hizo ademán de levantarse.
Ella le tomó del brazo con fuerza, y le pidió que se calmase.
-No te he llamado para que me defiendas, o le devuelvas el golpe, esto se viene repitiendo desde hace algún tiempo, y lo que necesito es marcharme de aquí, pero…
-No tienes a donde ir, ni dinero ¿verdad?, no te preocupes eso a mi no me falta, tendrás dinero para empezar de nuevo en cualquier sitio que elijas. Ven esta tarde a mi apartamento y te lo tendré preparado. Ahora hablemos de cosas más alegres, ¿Qué tal va tu curso de pintura? te veo exponiendo en las mejores galerías…-trataba de quitarle hierro al asunto para evitar así que se desmoronase
El cristal cubierto de chorrillos de agua, apenas dejaba ver ya un pequeño espacio del exterior, como si quisiera esconderlos de miradas indiscretas. Ana sonrió levemente, y se limpió las lágrimas que al final habían desbordado sus ojos.
-No sé cómo darte las gracias, eres el mejor amigo que tengo, no sé qué haría sin ti en estos momentos.
-Lo que pasa es que soy tu único amigo-bromeó-cosa que por otra parte me evita tener que sentir celos.
Extrajo unos billetes del bolsillo de su Pantalón, y se los ofreció. Ella enrojeció y se los guardó en el bolsito negro que llevaba. Afuera, una figura de mujer, estilizada y elegante, estaba parada, observándoles. Sostenía el paraguas con fuerza, y su melena negra y brillante, revoloteaba en torno suyo, confiriéndole una extraña apariencia. Era María su novia de toda la vida, que había decidido darle una sorpresa, esperándole en su cafetería favorita. Desde donde se hallaba pudo ver con nitidez, como Ramón le entregaba un fajo de billetes a la mujer que estaba con él. Algo se removió dentro de sus entrañas, pues, ¿no estaba pagando los servicios de una vulgar prostituta?¿cómo podía estar haciéndole esto a ella?. Dejó que las lágrimas resbalasen por sus mejillas, y se fue herida en lo más profundo de sus sentimientos. En el interior del bar, ajenos a la escena que acababa de desarrollarse en la calle, los dos amigos trataban de suavizar el agudo problema que tenía Ana. Se sacó la chaquetita torera que llevaba, y la colgó en el respaldo. Hizo un gesto a la camarera, y continuó atenta a lo que le decía Ramón.
-Te advierto que tiene mal día, si te sonríe te invito a otro café-bromeó
-Que suerte tienes de tener una familia que te puede dar todo cuanto necesitas, envidia sana claro-apostilló
-La verdad es que si, no me puedo quejar de nada, pero tiene sus inconvenientes no creas, siempre dependes, por ejemplo, de la aprobación de quien ostenta el control del dinero. No es que me plantee muchos problemas, pero es irritante cuando menos.
-¡Ay! Ojalá pudiese yo quejarme de ese “problema”-dijo colocando dos imaginarias comillas en el aire-todos mis males desaparecerían de pronto-hizo un ademán como si de un truco se tratase.
-Entonces, ¿esta tarde en mi apartamento?-cambió de tema él.
La lluvia había cesado, y el aire olía a limpio, resultaba refrescante aspirarlo en medio de una ciudad, a Ramón le agradaba hacerlo cuando había llovido como era el caso. Oviedo era una ciudad de tonos verdes, cuidada, como una niña, y que sorprendía a quién la visitaba por vez primera. Su historia tan vieja como el tiempo, la adornaba sin embargo como a una novia recién vestida. Muros de piedra de sillería, torres que se alzaban pinchando el cielo, y gentes afables que la recorrían cada día.
Ya en la calle, se dirigieron a la plaza de la escandalera, y mientras admiraban sus jardines de dalias y rosas de vivos colores, contrastando con los marrones de las hojas secas que anunciaban un otoño prematuro, charlaron sobre cosas triviales, viejos recuerdos de la universidad, y se preguntaron qué sería de aquellos con los que compartieron sus estudios, y sus aventuras de alocados jóvenes ansiosos por descubrir y cambiar el mundo. El objetivo de Ramón era hacer olvidar por un poco de tiempo, el dolor de la agresión sufrida, que su vieja amiga recuperase la sonrisa y con ella, el ánimo que necesitaba para dominar aquella delicada situación. Ana había sido una comprometida luchadora con las causas de otros, empleándose a fondo para solventar sus problemas, justo era pues ahora, que los beneficiarios de su actitud altruista, le ayudasen a ella. La miraba de hito en hito, para asegurarse de que el proceso de recuperación iba por buen camino, y jugueteaba con el agua de la fuente, como lo hacía cuando niño.
Resultaba fácil abandonar a quién se hallaba ahora en situación tan delicada, pero Ramón no era de esos, a él le gustaba comprometerse con los que sufrían injusticias como era el caso. Quizás porque él nunca las había tenido que soportar, creía que toda persona debería ser feliz como él. Poco se imaginaba el vuelco que su vida iba a dar en ese aspecto.
-Ana…-le habló con voz suave –no le des demasiadas vueltas al asunto, no sacarás nada en limpio, si no es aumentar tu rabia y tu dolor. –le pasó el brazo por encima de su hombro, y le acarició la mejilla, con ternura.
-Gracias Ramón, es muy importante para mi tener tu comprensión y amistad, -le respondió con los ojos húmedos-ahora creo que será mejor que me dejes sola…necesito pensar, y estar a solas con mi dolor, ¿no te importa verdad?.
-¿Estarás bien?-preguntó temeroso de que al quedarse sola, se desmoronase-
-Estaré bien de veras,-se quitó las lágrimas con el dorso de las manos, mientras intentaba recomponer su imagen de mujer fuerte y más o menos segura.
Ramón asintió y se dio la vuelta para marcharse, cuando hubo dado tres pasos, se volvió para asegurarse de que todo marchaba bien, y la vio encogiéndose dentro de su abrigo, como si este se la estuviese tragando, decidió dejarla a solas con su sufrimiento, y se alejó ,ya conversarían más a la tarde en su apartamento. Volvía a llover, el día parecía enfadarse con quienes s atrevían a salir a las calles de la ciudad. Un viento frío comenzaba a levantar las escasas hijas que de las que los árboles se desprendían, de forma prematura. Ya en su coche, se acomodó retrepándose en su asiento, y suspiró con su mente puesta en Ana, y su problema, que no podía desechar de su cabeza. Arrancó y se dirigió a su apartamento, con la intención de terminar las páginas del capítulo de su libro. Había comenzado hacía un año y medio, y aún no sabía cómo terminaría. Su amigo Raúl, le había proporcionado material suficiente como para escribir tres libros, pero era necesario filtrar los casos que más le interesaban. Raúl era asistente social en el ayuntamiento de Oviedo, y le había puesto en contacto con personas, que gustosamente colaborarían con él, en su libro. Los nombres naturalmente, aparecerían falseados, para no descubrir a las personas que permitían plasmar sus experiencias, nada agradables por cierto, en su libro.
El monótono ruido de los parabrisas al limpiar el cristal, y el sonido del agua resbalando bajo las ruedas, le acompañó durante todo el trayecto, hasta que incluso le pareció irritante. A su derecha se perfiló la silueta del chalet en el que vivían sus padres, lo pasó y subió por una pendiente que lo condujo hasta un edificio de pequeñas proporciones, de tres plantas, coronando una colina de verdes espacios. Abrió la puerta del garaje, y metió el coche en el. Una vez en el interior de su apartamento, se sirvió un vaso de whisky, y se sentó en su sillón orejero, a cavilar sobre Ana y su situación.
-“Tengo que dejar de pensar en esto hasta la tarde,-se dijo-si no, no podré dedicarme a proseguir con mi libro, y…”
Se levantó y se dirigió a su escritorio, donde descansaban en un montón los folios impresos que tantos quebraderos de cabeza le estaban dando. Insertar historias auténticas de niños maltratados, le pareció en un principio, algo que enriquecería su novela, pero para nada creyó que le costaría tanto encajarlas en la trama, ni que tuvieran la relevancia que él deseaba darles.
LA CUADRATURA DE LA VIDASergio a solas consigo mismo, en la habitación en que habían morado los tres anteriores decidió dar continuidad a los detalles que le conferían al viejo de la casa esa aura de inmortalidad al verle los chicos siempre con una imagen muy similar a la de los anteriores. Corría la leyenda de que el viejo moría y se reencarnaba en el siguiente para no dejarles solos y cuidar de ellos en persona por al menos siete vidas…La bata que mandase restaurar Eloisa, que también la usó, se la enfundaba ahora Sergio, como si de un rito sagrado se tratase, para imbuirse de la personalidad de quienes fueron tan buenos regentes de la casa. Él creía firmemente que era un símbolo inequívoco del poder altruista del viejo de la casa, que gobernaba con mano firme y rostro dulce, un lugar situado en el centro del paraíso terrenal, donde los males huyen de los que crecen seguros en manos de sus protectores…se sentó en aquel mítico orejero que lo abrazó como si lo conociese, como se hace
CAPITULO XXXIEL CÍRCULO DE LA MUERTELos pensamientos de la anciana, le llevaban indefectiblemente a un pasado que ella consideraba glorioso, por la clase de personas que en el vivieron, y que crearon algo tan duradero como la casa en la que ella había sido feliz tantos años, sin echar de menos nada como una familia o una pareja estable con quien compartirla. Había sentido el calor de la amistad, del amor que mana como una fuente desde el interior de tantos chicos, que ahora eran padres y madres de familias, que carecían del dolor que ellos sintieron al ser rechazados por los suyos, de manera que lo olvidaron con el paso del tiempo. Eso le confortaba de los achaques de la vejez, y de aquella cosas que dejó atrás hacía tantos años que ya no los podía siquiera contar. En esto pensaba La anciana Eloisa que veía llegado el fin de su longeva vida, sentada en aquel viejísimo orejero, mil veces retapizado en la misma tela, y que crujía bajo el peso de la humanidad de la anciana señora de la
SILLÓN DEL VIEJO DE LA CASAJesús de Montiel, se acomodó en el orejero del viejo jean Pierre y con su bata puesta sobre sus hombros se sintió como poseído por su sabiduría y su ánimo siempre optimista y seguro en apariencia. Sacó de un cajón unos dibujos a medio acabar y los miró con ojos de admiración para a continuación como si de una ofrenda se tratase trazar líneas donde se suponía debían hallarse sin que pudiese terminar el diseño de aquello que resultó ser un ala para juegos que los niños estaban necesitando ya. Encendió la lámpara y se vio a sí mismo en el espejo, tan joven, tan inexperto, tan…y sin embargo era él el elegido para dirigir aquella casa de complicadas normas para el buen funcionamiento de la misma. La habitación se comía virtualmente al nuevo inquilino y él solo se atrevía a pensar en aquel maravilloso ser que se había ido demasiado pronto para dejarle las riendas y las decisiones importantes a medio tomar. Uso golpes secos le sacaron de su abstracción y le devolv
LA FAMA DEL HOMBRE MUERTOLas televisiones de todo el mundo y las emisoras de radio se hacían eco de la noticia del día que llegaba desde España. El más emblemático dueño de una ONG que existiese en este mundo premiado con el premio príncipe de Asturias, el nobel de la paz, incluso una mención especial en la organización de las naciones unidas, donde discursó ante un auditorio compuesto por una babel de idiomas, razas y gobernantes, moría en la casa de las flores de invierno, rodeado de sus chicos, amigos y admiradores, así como de algunos de sus fans que como escritor de fama poseía también. Los periódicos en sus primeras páginas mostraban negros caracteres, en los que con grandes letras anunciaban la muerte del pragmático líder de las ONG que se ubicaban a lo largo y ancho del orbe. En la casa Magdalena un joven Jesús de Montiel, y Juana la fiel cocinera que había envejecido en la casa, lloraban ante el cadáver de su amigo y mentor mientras desfilaban por la casa los más variopinto
CAPITULO XXVIIILA SEGUNDA PARTE DEL LIBROEl plató de televisión, aparecía iluminado profusamente por los focos, de manera que al entrar la presentadora, sonó un leif motif anunciando la presencia de la estrella guiadora de la entrevista. Miriam Sóen se sentó en el centro de la mesa preparada a tal efecto, y comenzó su disertación preparando al gran público para la presencia esperada, ansiada de aquel hombre que era admirado tanto por su obra como por sus libros. Que había dedicado su vida a restaurar las de los demás.-Señores, hoy tenemos con nosotros s un escritor, menos famoso como escritor que como persona. Es difícil de hallar alguien que como el, dé de su tiempo el total, para compensar las vidas destrozadas de los menos favorecidos, y que además no resulte una obra de caridad. Les ruego que estén atentos a este especial personaje, sin duda merecedor de su aprecio y su tiempo.Las cámaras enfocaron el umbral del plató, por done entraba un ya envejecido jean Pierre le Monéc. Ac
CAPITULO XXVIIEL SUCESORJesús de Montiel le iba tomando el pulso a la casa poco a poco, y en ausencia de Jean Pierre le Monéc, era el único responsable de cuanto sucedía en ella. Le asustaba no estar a la altura de la situación, pero presentaba un interesante reto para superarlo, y ayudar a los que como él habían llegado a la casa en busca de protección y de una vida que vivir cuando creciesen, sin que ello supusiera un permanente dolor. Magdalena la asistenta social colaboraba con él como lo había hecho con jean Pierre le Monéc antes. El cartero llegaba con retraso aquel día, y Jesús de Montiel ignoraba lo que traía para ellos. Cruzó la verja hasta el buzón externo en el que se depositaba el correo, y al abrirlo lo vio vacío. Justo en el momento en que retornaba a la casa Alberto, el cartero afable y regordete, llegaba con su carrito amarillo agarrado de su mano.-Lo siento, llego con retraso hoy a todos los sitios…tengo varias cartas para la casa.-sacó de su carrito un taco de so
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