Aquel mes se había convertido en una eternidad para Miranda. Las horas se estiraban en el silencio de la habitación y la rutina hospitalaria amenazaba con mermar su paciencia. Pero, aferrada a la idea de que todo ese sacrificio era por su bien y por su futuro, se mantuvo firme, fuerte y decidida a recuperarse por completo. Su meta era clara; regresar a casa, con Alec y con Edward.
Su determinación dio frutos. En un par de semanas, su avance estaba sorprendiendo hasta a las enfermeras más experimentadas y al mismo doctor que llevaba su caso.
Esa mañana, la puerta se abrió y el doctor Julián Jones entró con una sonrisa satisfecha, revisando los últimos resultados en su tableta.
—Buenos días, señora Radcliffe. Traigo noticias interesantes —dijo, acercándose a la cama.
—Buenos días, doctor. Por su cara, asumo que no son malas noticias —respondió Miranda, acomodándose mejor en las almohadas. Ya tenía mucha más movilidad en el brazo.
—Al contrario. He estado revisando sus últimas tomografía