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Una vez dentro del auto, Alec sacudió la cabeza para despejar los pensamientos oscuros. No quería llevar esa energía a casa. Recordó lo mucho que le encantaba la pizza a Edward.

Se detuvo en una pizzería reconocida y compró dos cajas grandes. Quería quedar bien con su hijo y compartir un momento normal.

Al llegar a casa, Xiomara lo recibió.

—Buenas noches, señor. El día de hoy también estuve pendiente del pequeño Edward. Se ha portado muy bien y ha comido un poco más, aunque todavía no cena.

—Gracias, Xiomara, por mantenerme informado. Me alegra que todavía no haya comido, porque he traído pizza para compartir con él. Toma —le extendió una de las cajas—, esta es para ustedes. Coman un poco también.

La empleada se sorprendió gratamente.

—Señor, no tenía que hacer esto. Muchas gracias.

Alec subió directamente a la habitación de Edward y tocó la puerta. El niño abrió al instante.

—¡Papá! ¡Has llegado! —cantó con su vocecita alegre, feliz de ver a su padre.

—Así es. Y adivina qué traje —
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