Alec había sido notificado por el doctor.
Miranda recibiría el alta ese mismo día. Los dos días de ausencia no fueron por desinterés, sino por la vergüenza de encarar su propia culpa. Sin embargo, allí estaba, yendo a buscarla.
Entró en la habitación y la encontró sentada al borde de la cama, terminando de vestirse. Ella levantó la mirada.
—Ahí estás. Has venido por fin a buscarme —expresó Miranda con una frialdad cortante, manteniendo el contacto visual el menor tiempo posible.
Alec se rascó la nuca, incómodo.
—Salgamos. El auto está afuera —informó, sin poder generar más conversación.
Ella se levantó y salió con él. No hubo manos entrelazadas, ni una mano de apoyo en su espalda; nada de la fachada de un matrimonio normal. Se dirigieron a la salida. Alec le abrió la puerta del lado del copiloto de su auto y ella subió sin siquiera un gesto de agradecimiento. Era lo mínimo que podía hacer él.
Alec condujo en silencio. Miranda se quedó con la mirada fija en sus manos entrelazada