Capítulo 4

Mientras metía algunas mudas de ropa en la maleta, Aidan no pudo evitar que su mente divagara. Cada prenda parecía traerle un recuerdo distinto, una nueva punzada en el corazón.

Siendo aún muy joven, se había obligado a endurecerse. No quería seguir siendo ese niño llorón que llegó a vivir con sus tíos. Tara lo había acogido en su peor momento y lo cubrió con ese amor maternal que desbordaba. Nunca lo regañaba, siempre venía, le acariciaba el cabello con los dedos y le susurraba que todo iba a estar bien. Que era amado. Que ella misma, aunque fuera una mujer, sería capaz de patear traseros para protegerlo si hacía falta.

¡Cuánto hubiera dado Aidan por escuchar esas palabras de su madre!

Antes de que todo sucediera, Adara era buena con él, pero distinta. Demasiado ocupada con sus labores como Luna, exigiéndole que fuera un buen ejemplo para sus hermanos. Entonces, todo era responsabilidades, deberes, expectativas... No había tiempo para mimos.

Tara, en cambio, lo conocía de verdad. Con una sola mirada, sabía si algo andaba mal. Y Eira, su loba, además de ser la más fiera y protectora, tenía una obsesión por lametearle el hocico en cada oportunidad. Era tan cariñosa que resultaba imposible no amarla.

Suspiró al guardar su abrigo preferido, un obsequio de su tío Declan. Ese hombre tan alto y testarudo, con su semblante intelectual y serio, a veces parecía el verdadero niño de la casa. Tan propenso a hacer berrinches por la atención de su esposa, que Aidan más se empeñaba en robarla. Pero también siempre presente para enseñar, guiar, proteger... incluso ayudarlo a sobrevivir a su primer celo.

El recuerdo le arrancó una carcajada.

Se suponía que estaban preparados. La primera luna llena luego de su cumpleaños dieciocho. Sin embargo, Rory, siendo tan indomable como siempre, rechazó el efecto de los supresores y Declan tuvo que llevarlos a un hotel rural y conseguirle compañía discreta. Por esa época, Aidan tenía una noviecita humana que no hubiera soportado el voltaje de un wolven en celo.

Sonrió un momento, antes de que la amargura volviera a instalarse. La idea de regresar a Gartan le sabía a hierro oxidado en la boca.

Todavía dolía. Quemaba y ardía como una herida supurante.

Podía entender, en su parte más adulta, que sus padres estaban destrozados tras la muerte de Nessa. Pero el adolescente asustado y lleno de culpa que fue... ese no entendía nada. Solo sintió el abandono. Lo arrancaron de su hogar sin mirarlo dos veces. Sin cartas. Sin llamadas. Sin explicaciones.

A veces, no podía evitar pensar que su padre habría preferido que el muerto fuera él, no su adorada Nessa. Rowan apenas soportaba su presencia, incapaz de mirarlo.

Se sentó en el borde de la cama, con una camiseta negra arrugada en las manos. Sus pensamientos viajaron a Liam, al pelaje oscuro como la noche de su lobo. No lo culpaba. Era apenas un niño entonces, atado a su padre y a su Alfa. No podía hacer nada para ayudarlo, ni siquiera escribirle, mucho menos visitarlo.

Ahora, saber que su hermano iba a enlazarse con su otra persona favorita en el mundo... era extraño. No terminaba de asimilarlo. Brianna sería su cuñada…

La dulce Brianna, que había conquistado su corazón adolescente con travesuras, sonrisas y besos torpes, se había convertido en un faro en sus momentos más oscuros. Cuando sentía que no podía más, cada vez que un nuevo especialista se rendía en su tratamiento, alejándolo más del regreso a casa, se aferraba a su recuerdo y pensaba: “solo un poco más”.

La alarma del horno le avisó que la cena estaba lista y la desazón se intensificó. Nadie entendía lo que era vivir como él vivía: sin olores, sin sentidos, desconectado de lo que debería ser su propia naturaleza. El sexo, la comida, los vínculos... todo insípido. Todo incompleto.

Un jodido lobo que no podía oler. Era ridículo. Era como un pez que no sabía nadar. Inservible

Rory estaba particularmente silencioso en esos días. No había pronunciado apenas palabras desde la visita de sus tíos. Seguramente también divagaba entre sus propios recuerdos, y Aidan no podía deshacerse del presentimiento de que esa calma fría era el preludio de la tormenta. Rory odiaba a Rowan incluso más que él. Si para su parte humana había sido difícil el exilio, para el animal fue un calvario.

Un lobo de sangre alfa acostumbrado a correr, cazar, luchar, entrenar… reducido de pronto a una jaula de piel humana permanente, porque en la ciudad eran muy escasas las oportunidades para cambiar y dejarlo estirar sus patas. Un animal atado a una manada lejana, añorando pertenecer, sin encajar en esa selva de concreto. Acomplejado y solitario.

No era una sorpresa que se hubiera vuelto tan huraño y rebelde.   

Aidan debía ser cuidadoso con sus propios pensamientos, porque Rory podía esconderle cosas si lo deseaba, pero él no podía ocultar nada de su bestia. Y había un sentimiento de anticipación que le preocupaba. El instinto y la racionalidad no siempre conseguían entenderse, un humano podía decidir negarse al amor, pero el animal no.

Ser consciente de que nunca sería una buena pareja, no significa que Rory no deseara serlo y, seguramente, muy dentro de él, anhelaba que su compañera apareciera y no le importara su condición.

Aidan se rio sin humor, negando con la cabeza. Soñar era inútil. No había cartas ganadoras para él en esta vida.

«Perla». Ronroneó Rory, sorprendiéndolo.

Unos segundos después, escuchó golpes en la puerta. Al abrir, efectivamente había llegado Maisie con una mochila y un montón de bolsas.

—Hola, guapo —saludó la chica con su habitual coquetería.

—¿Qué es todo esto?

—Mi comida. Ayúdame a entrarla.

Aidan la miró con una ceja levantada, pero se apresuró a llevar los paquetes a la cocina, mientras ella se desplomaba como peso muerto en el sofá.

—Solo serán dos semanas… Ya te dije que no puedes hacer fiestas en mi departamento, Mai.

—Yo no tengo una mami que me traiga las cenas listas —se burló ella—. Debo cocinar por mi cuenta.

—¿Dónde te cabe tanta comida? —Aidan llegó junto a ella y finalmente la saludó con un beso en la boca.

—Bueno, tengo un lobo feroz muy fogoso que me hace quemar muchas calorías.

Maisie le rascó detrás de la orejas a Aidan como si fuera un cachorro, haciéndolo reír a él y ronronear a Rory. A su lobo le gustaba mucho esa chica desvergonzada, aunque a veces se enojaba con ella por intoxicarlo. Esta última vez le costó varias noches de pasión conseguir su perdón.

—¿Terminaste de empacar? Necesito que guardes espacio para traerme unas cositas.

Maisie le entregó una hoja que detallaba una extensa lista de plantas, flores, cortezas, raíces, junto con instrucciones sobre cómo protegerlas durante el viaje.

—¿Estás bromeando? No puedo traerte todo esto.

—Vamos, cariño, nunca tendré una oportunidad como esta. La mayoría de esas especies solo sobreviven en esa reserva. La montaña de Gartan es una mina de oro. Por favor…

El canturreo meloso de Maisie lo hizo estremecer; la prefería en su versión mandona. Rory, en cambio, soltó un gruñido de satisfacción, restándole toda autoridad a su negativa. Ese lobo voluntarioso caía redondito ante los mimos.

—No prometo nada. Algunas de estas plantas son fáciles de conseguir, otras no recuerdo haberlas visto…

—Cualquier cosa será ganancia. Haré maravillas con ellas en el laboratorio. Procura traer las raíces intactas, quiero intentar cultivar algunas. Prometo pagarte muy bien —añadió, cargando la frase de insinuación descarada.

—Voy a necesitar un anticipo… porque serán dos largas semanas de abstinencia.

Maisie se trepó en su regazo y comenzó a menear las caderas mientras se quitaba la camisa. La chica no se andaba con rodeos.

—Vas a tener un montón de lobitas suspirando por ti, no será difícil llevarte alguna a la cama.

—Ni pensarlo. Cada chica en ese lugar se guarda para su compañero. Podrían castrarme si me atreviera a tocarlas.

—Qué aburridas… No saben lo que se pierden.

Maisie le dio un mordisco juguetón en el cuello y Aidan supo que era momento de ir a la habitación, antes de que le dejara alguna marca que su tía tacharía de vulgar y provocaría preguntas innecesarias en la aldea.

Partirían al amanecer.

El recorrido sería largo. Demasiado. Primero en auto desde Galway hasta Rahan, lo que la carretera permitiera. Allí tendrían que guardar el auto y tomar un taxi hasta el límite de la reserva natural, donde alguien de la manada los recogería en carreta, como en los viejos tiempos.

Durante dos semanas se privaría de las ventajas de la modernidad: no habría teléfonos, ni televisión, mucho menos internet. Solo naturaleza salvaje, recuerdos dolorosos y Brianna jurando su vida a otro hombre… ¡Fabuloso! Serían horas interminables de tortura en ese infierno.

¡Que la Madre Luna se apiadara de su alma!

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