Mientras metía algunas mudas de ropa en la maleta, Aidan no pudo evitar que su mente divagara. Cada prenda parecía traerle un recuerdo distinto, una nueva punzada en el corazón.Siendo aún muy joven, se había obligado a endurecerse. No quería seguir siendo ese niño llorón que llegó a vivir con sus tíos. Tara lo había acogido en su peor momento y lo cubrió con ese amor maternal que desbordaba. Nunca lo regañaba, siempre venía, le acariciaba el cabello con los dedos y le susurraba que todo iba a estar bien. Que era amado. Que ella misma, aunque fuera una mujer, sería capaz de patear traseros para protegerlo si hacía falta.¡Cuánto hubiera dado Aidan por escuchar esas palabras de su madre!Antes de que todo sucediera, Adara era buena con él, pero distinta. Demasiado ocupada con sus labores como Luna, exigiéndole que fuera un buen ejemplo para sus hermanos. Entonces, todo era responsabilidades, deberes, expectativas... No había tiempo para mimos.Tara, en cambio, lo conocía de verdad. Con
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