Volvió diez años atrás, cuando la tragedia cubrió a toda la aldea con un manto de luto. El aullido de la pérdida flotaba en el aire; en cada rincón se sentía la ausencia, como una herida abierta en el corazón de la manada.
Aunque el sol brillara en el cielo, los días eran sombríos para todos, especialmente para Aidan. Un vacío denso como bruma lo envolvía por dentro y por fuera. Le costaba respirar. Le costaba existir. Azotado por el flagelo de la culpa. Por no haber salvado a su hermana. Porque ella se fue… y él se quedó.
Una existencia brillante y amorosa se había apagado, mientras que la suya persistía sin merecerlo. Incompleta. Inútil. Fragmentada. Había sobrevivido, y ahora que enfrentaba las consecuencias, no estaba seguro de que valiera la pena.
Ese día caminaba sin rumbo cerca del río, distraído, con la mirada perdida en el movimiento perezoso del agua. El canto de los pájaros era lejano, irrelevante. La brisa apenas rozaba su piel, como si el mundo también lo evitara.
No notó los pasos acercándose por detrás. Brianna se le coló entre los pensamientos como una mariposa testaruda y se le lanzó por la espalda, colgándose de él.
—¡Te atrapé! —dijo ella, riendo, con esa alegría tan suya que parecía hecha de sol.
Sus músculos se tensaron al instante por el susto. Giró en seco, sobresaltado, los reflejos de su lobo activándose de golpe. Rory gruñó en su interior, listo para defenderse de cualquier amenaza. Pero no había peligro. Solo estaba ella, tendida en el prado, mirándolo con la nariz arrugada en una mezcla de risa y quejido.
Enya, la loba de Brianna, ronroneó con complicidad desde su interior. Demasiado acostumbrada a esas travesuras.
—¿Brianna? ¡No hagas eso! —jadeó Aidan, con el corazón golpeando como tambor mientras se incorporaba—. Pude haberte lastimado.
—No me hiciste nada, alfita —bromeó ella, sacudiéndose la ropa—. Estás muy distraído ¿Te sientes bien?
Él no respondió. No podía decirle la verdad. No podía contarle que no percibió su presencia porque había recibido un diagnóstico que partía en dos su identidad. Que algo esencial en él se había esfumado… y no volvería jamás.
—¿Qué haces aquí tan solito?
—Pensaba en… mi hermana —murmuró.
Ella asintió en silencio y se sentó a su lado, recargando la cabeza en su hombro.
—Yo también la extraño —dijo en voz baja, mirando el agua. Luego, giró hacia él y le sonrió—. Pero no debes estar solo. Tú me tienes a mí.
Aidan quiso agradecerle, pero las palabras se le quedaron atoradas antes de formarse. Solo pudo mirarla. Su piel tan blanca que las pecas parecían diminutas estrellas sobre sus mejillas, y su cabello, desordenado por el viento, llevaba pequeñas flores silvestres atrapadas entre los mechones. ¿Cómo podía alguien tan pequeñita tener tanta luz?
—¿Qué te pasa? —preguntó ella, ladeando la cabeza—. ¿Por qué me miras así?
—Eres muy bonita…
Brianna se sonrojó. Pero no apartó la mirada. Sonrió, se acercó y le dio un besito rápido en los labios. Apenas un roce, pero suficiente para estremecerlo por completo.
No era la primera vez que se besaban. El primero había sido meses atrás, cuando todo en sus vidas eran juegos, risas y la ilusión de un futuro perfecto. Desde entonces, cada beso encendía una chispa cálida en su corazón, como una promesa silenciosa de felicidad.
A Rory le fascinaba esa sensación. Cuando estaban en su forma animal, y Enya —con esa coquetería descarada que lo volvía loco— se le acercaba con roces suaves y mordisquitos en el cuello. A veces lo empujaba con el hocico o se le echaba encima de forma juguetona, como si lo retara a perseguirla y atraparla.
Y Rory… perdía toda compostura. Se revolcaba en la hierba, batiendo la cola con una emoción desbordada, soltando un ronroneo bajo y gutural que vibraba en sus entrañas. No sabía si quería lamerle el hocico o morderla y dominarla. Era torpe, impulsivo, pero feliz.
Aidan le devolvió la sonrisa y jugó con un largo mechón de su cabello entre los dedos. Lo acomodó detrás de su oreja y acarició su mejilla caliente con ternura.
—¿Por qué me das besos, Bri?
—Porque me gusta.
—¿Está bien que hagamos esto?
—Pues… no está mal —Brianna se encogió de hombros con inocencia—. Mi mamá dice que el compañero destinado es el platillo fuerte, pero que eso no te impide ver el menú.
—¿Qué significa eso? —Aidan arrugó el entrecejo por la confusión. Las chicas eran tan complicadas.
—Creo que quiere decir que puedes dar besos antes de conocer a tu compañero. Después estarás con él por el resto de tu vida. No habrá nadie más.
—¿Quién crees que sea el tuyo? —preguntó Aidan de repente, con una punzada extraña detrás del esternón.
—No me gusta pensarlo —admitió Brianna—. Pero si pudiera elegir… te escogería a ti —confesó, con las mejillas más encendidas y una sonrisa traviesa—. Así podrías darme besos para siempre.
Aidan la miró, desconcertado por la naturalidad con la que lo decía. Por un instante, enterró todos sus fantasmas y se permitió ser feliz. Al menos por esos minutos. Al menos mientras Brianna estaba a su lado, haciéndole creer que todo era posible…
Pero esa chispa se apagó en cuanto la realidad atravesó su mente como un cuchillo, y la inseguridad lo obligó a bajar la mirada.
—Eso… yo no creo que…
Brianna no lo dejó terminar. Se acercó sin dudar, lo tomó por las mejillas y lo besó con una urgencia silenciosa. Pero esta vez no fue un roce juguetón ni una muestra fugaz de cariño. Esta vez, cerró los ojos y dejó sus labios sobre los de Aidan por largos segundos, eternos, como si quisiera decirle todo lo que aún no se atrevía con palabras. Luego, empezó a moverse: suave, lenta, delicadamente.
El beso fue torpe, dulce… hermoso. Ninguno de los dos sabía bien qué hacer, pero no importaba. Sus corazones marcaban el ritmo. Se dejaron guiar por el instinto, por esa fuerza invisible que parecía haberlos unido desde siempre. Inclinaron las cabezas, chocaron narices, se rieron bajito… y volvieron a intentarlo, esta vez con más destreza. Sus labios se encontraron de nuevo, y sus lenguas se rozaron con timidez.
Entonces sucedió. Algo estalló dentro de Aidan, como si mil estrellas hubieran explotado en su pecho al mismo tiempo. Una calidez profunda, pura, lo envolvió por completo. Tomó el control del momento, la miró con todo ese amor inocente ardiendo en sus ojos… y volvió a besarla. Con más ímpetu. Con más entrega. Hasta quedarse sin aliento.
Cuando se separaron, rieron con complicidad, sin soltarse las manos, como si aquello fuera otra travesura inconfesable. Un recuerdo maravilloso que guardarían en secreto, solo para ellos dos.
—No importa quiénes sean nuestros compañeros destinados —susurró Brianna, juntando sus frentes—. Acabo de darte mi primer beso de verdad, y eso nadie nos lo puede quitar. Yo te elegí a ti… y aunque las cosas cambien en el futuro… tú siempre serás mi primer amor.
El corazón de Aidan latía sin freno, emocionado y conmovido por la dulce confesión de su mejor amiga.
—Yo también te quiero, Bri.
Muchas veces le había pedido a la Madre Luna que le entregara a Brianna como compañera. Incluso antes de entender lo que eran la atracción y el amor. Estaba seguro de que esa conexión compartida desde siempre era el preludio de su lazo de pareja.
El recuerdo se desvaneció tan rápido como había llegado, dejándolo con un sabor agridulce en la boca... Sonrió nostálgico, sintiendo el escozor en los ojos.
Ahora, con los cambios que tuvo en su vida y su caída al lado oscuro, agradecía haber tenido ese momento tan puro y hermoso, no podía decir lo mismo de sus otras primeras veces que solo obedecieron a momentos de calentura, sin sentimientos, sin conexión. Nada que ver con ese amor inocente que había dejado atrás.
A veces, cuando la recordaba, Aidan se preguntaba cómo estaría. Siempre la imaginaba hermosa, quizás con curvas más pronunciadas, su cabello rubio y alborotado por el viento, esos ojos color miel que tanto amaba… Se preguntaba si esos labios rosados, tan suyos en otro tiempo, pertenecerían ahora a alguien más. A su hermano. Vaya... ¿quién lo hubiera imaginado?
El pensamiento lo golpeó con fuerza. De repente, la curiosidad se apoderó de él. Desde que se fue de Gartan, había perdido todo contacto con lo que una vez fue su mundo. En la aldea, llevaban una vida más sencilla, casi primitiva: sin internet, sin teléfonos. Aidan no sabía nada de sus amigos ni de su familia, más allá de los escuetos comentarios que hacía Tara sobre alguna carta recibida esporádicamente.
Volver. La palabra lo rondó en la mente como un eco. Tal vez no sería tan mala idea regresar, aunque solo fuera por unos días. Sus ataques de pánico ya estaban controlados, y él ya no era el mismo niño de quince años que había fallado en proteger a su hermana. Ahora era más fuerte, la frustración lo había llevado a entrenar hasta el extremo, moldeando sus músculos como armaduras.
Pensó en Liam. En su hermano menor. En todo lo que había perdido al alejarse de él. En sus recuerdos, Liam seguía siendo ese niño travieso que no se le despegaba, buscando su atención en cada paso. ¿Sería tan malo regresar, aunque solo fuera por unos días? Si todo salía bien, tal vez un par de semanas. Pero el simple pensamiento de enfrentarse a su padre… esa figura que una vez admiró y ahora despreciaba, lo hacía dudar. ¿Y su madre? Un amor que alguna vez fue tan grande, pero que ahora solo era un vacío de resentimiento.
Y Brianna… Quizá ella merecía todo lo que él nunca podría haberle dado: estabilidad, un hogar, un compañero completo que sintiera su olor entre miles y la reconociera sin la menor duda. Con Liam, ella tendría eso y mucho más. Aidan era lo suficientemente consciente de su oscuridad para saber que, a su lado, Brianna jamás habría sido verdaderamente feliz.
Finalmente, con el pecho pesado, tomó la decisión. Acompañaría a Liam en ese día tan importante, cuando su hermano finalmente iniciara su propia familia con la chica que él había amado. Necesitaba ese cierre, aunque doliera como el infierno.
Después de eso… tal vez podría enterrar por fin cualquier esperanza de redención. Haría su renuncia oficial a la manada, se convertiría en un sigma como sus tíos y regresaría a la vida que conocía y que tanto esfuerzo le tomó construir. Seguiría adelante con sus planes y no volvería a pensar más en ellos.
Porque, al final, en Gartan… ya no había nada para él.
Mientras metía algunas mudas de ropa en la maleta, Aidan no pudo evitar que su mente divagara. Cada prenda parecía traerle un recuerdo distinto, una nueva punzada en el corazón.Siendo aún muy joven, se había obligado a endurecerse. No quería seguir siendo ese niño llorón que llegó a vivir con sus tíos. Tara lo había acogido en su peor momento y lo cubrió con ese amor maternal que desbordaba. Nunca lo regañaba, siempre venía, le acariciaba el cabello con los dedos y le susurraba que todo iba a estar bien. Que era amado. Que ella misma, aunque fuera una mujer, sería capaz de patear traseros para protegerlo si hacía falta.¡Cuánto hubiera dado Aidan por escuchar esas palabras de su madre!Antes de que todo sucediera, Adara era buena con él, pero distinta. Demasiado ocupada con sus labores como Luna, exigiéndole que fuera un buen ejemplo para sus hermanos. Entonces, todo era responsabilidades, deberes, expectativas... No había tiempo para mimos.Tara, en cambio, lo conocía de verdad. Con
Aidan no reconoció a la persona que vino a recogerlos en la carretera. Era un hombre un poco más bajo que él, de piel bronceada y músculos marcados, un rostro bastante atractivo de facciones gruesas y una sonrisa juguetona.Tan pronto como el hombre bajó de su carreta con un brinco casi acrobático, Aidan notó el asombro en su rostro mientras lo recorría de pies a cabeza una y otra vez, como si no se pudiera creer que él estuviera ahí.—Vaya, la ciudad te sentó muy bien, Aidy. ¡Mira cuánto has crecido!—¿Te conozco? —Aidan frunció el ceño, confuso. No encontraba nada familiar en ese chico, y el apodo cariñoso le resultó muy incómodo.—Evidentemente no. Que tristeza, pensé que te alegrarías mucho de verme. Cuando tu padre me dijo que vendrías, pedí ser yo quién te recogiera, aunque este no sea mi trabajo habitual. Quería ser el primero en verte. Alguna vez fuimos los mejores amigos, me rompe el corazón que me hayas olvidado.El joven hizo un gesto dramático tocando su pecho y actuando c
Los días normales son los más peligrosos. Aquellos donde una tragedia inesperada puede derrumbar en segundos la paz construida con años de esfuerzo. Por eso Aidan odia los días normales. Sabe que la vida puede venirse abajo como un castillo de naipes en cualquier momento.Un estruendo de trastes y voces lo arrancó del sueño como un zarpazo. Aidan abrió los ojos de golpe y la luz le perforó las retinas como agujas ardientes. Cada latido retumbaba en sus sienes, ola tras ola de dolor golpeaban su cráneo desde adentro. Tenía la boca pastosa, amarga, como si hubiera tragado cenizas, y sentía el cuerpo entero pesado y adolorido.Parpadeó varias veces, luchando contra la bruma espesa que le nublaba la mente, hasta que las formas conocidas de su propio desorden lo ayudaron a ubicarse. Al menos esta vez había amanecido en su habitación. No quería moverse, pero entre los sonidos confusos captó la voz de su tía Tara y el corazón le dio un vuelco incómodo. No podía permitir que ella lo viera así
—¡Aidan Gallagher! ¡No te permito que te llames de esa manera!El arrebato de Tara, con su voz quebrada, detuvo la tormenta interior de Aidan. Apreciaba demasiado a sus tíos como para desbordar su furia con ellos. Apretó la mandíbula y los puños, respirando profundo, intentando calmar a Rory también. Luego se acercó a su tía y le dio un abrazo breve, casi mecánico.—Lo siento —murmuró al cabo de unos segundos, con un suspiro resonando como una tregua forzada—. No es mi intención ser irrespetuoso, sé que les debo mucho... me recibieron cuando estaba hecho pedazos y me cuidaron con esmero. En mi corazón, ustedes son mi familia… por eso no pienso volver a Gartan. No hay nada para mí en ese lugar. —No voy a discutir eso contigo, mocoso —Declan tomó aire, forzándose a controlar su tono; a veces olvidaba que su sobrino tenía sangre de alfa y no era nada dócil—. Sin importar cómo veamos las cosas, Rowan sigue siendo tu padre y tu Alfa. Le debes respeto y obediencia. Si él te ordena regresa